TETRAMENTIS / El Escapulario, el Monje y el Grial – Segunda Parte –

Morgan Vicconius Zariah

—¿Ves ahora con tus ojos Roger la verdadera imagen de tus genios?— decía el macho cabrío hablándo desde una distancia considerable de aquel hombre que ahora se apoyaba en su escapulario benedictino.No hay nada mágico que esté más allá de los designios de tu dios. Y todo lo que parece magia, sólo es el soplo engañoso de éste tu diablo; exiliado hace tiempo de las esferas de tu luminoso cielo, para dominar los secretos de la caída, que es el abismo, en donde todos las cosas del cielo se reflejan. Y  es ésta  mi ventaja de hacer  de todo lo que está entre la tierra y el cielo, un engaño para arrastrar  al precipicio.

¡Vade retro! —decía Campannella, nuevamente desafiante—. No deseo oír tus abominables palabras, en nombre de los poderes y la sangre que se derramó en la santa cruz, te someto, te someto, te someto a mis pies, como un vil esclavo. Soy igual que Salomón un rey al que tú deberías servir y no tentar, ni seducir, ni atemorizar. Te ordeno te arrodilles ante mi por los ensangrentados clavos de la cruz del calvario y por la divina sangre que en ella fue derramada.

La entidad, media humana y animal, se veía algo acorralada, por la fe y el conjuro que el monje profería. La seguridad del hombre fue como una espada de fuego, que hería aquella entidad casi de muerte, la que no le quedó otra opción que postrarse ante los pies de Campanella, que recobraba las fuerzas sobrehumanas nuevamente y en su totalidad. Una tormenta posó sus turbulentas aguas sobre las construcciones de la abadía, la que fue invadida por terribles truenos y chubascos, y relampagueos. Una poderosa brisa tomó los rincones del sagrado recinto, una de las ventanas de la torre se abrió violentamente, apagando el tenue y melancólico farol, con el que acompañaba sus insomnes noches el fraile. La oscuridad cubrió todo el espacio, entre la aparición y el fraile. Los relámpagos fabricaban siluetas parpadeantes en las húmedas paredes de la torre. Campanella, ahora se agachaba a tomar el farol para encenderlo nuevamente. Luego muchos intentos, con el pensamiento en el escapulario que había soltado para dar fuego al farol, por fin se iluminó el recinto. Con la fe encendida como una espada de fuego, Roger ordenó a la entidad  cerrar la ventana y ésta, con sólo una mirada selló el portal por el cual la brisa penetraba. La vanidad de Campanella empezó a crecer nuevamente, al ver el control que tenía sobre el Diablo y pronto un montón de pensamientos pasajeros arribaron a su cabeza. Pensamientos de orgullo y poder, de ambiciones viejas; y en unos pocos instantes ya casi pensaba como aquel mago que era, antes de dudar. Sólo que  ahora no le importaba si la entidad era el Diablo o un genio estelar disfrazado. Sólo quería lograr lo que siempre ansió. El Grial y la inmortalidad se eternizaron en sus pensamientos y sus emociones, y no dudaría en pedirlo a la entidad más nefanda. El fraile se abrazaba de su escapulario en donde depositó toda la fuerza de su fe.

—¿Qué quieres hijo?Dijo con voz sumisa la cabría entidad—. Ya sabes que en el inagotable abismo de mi alma, cualquier deseo te será concedido. ¡Pero ya no me atormentes con tus palabras investidas del soplo divino! En mi reino habitan todos los tesoros de la tierra, te puedo brindar cualquier reino y el corazón y alma de los insondables misterios femeninos. Sabes que habitan en mi todas las astucias y ciencias. ¡Te coronaría con las preciosas piedras que otorgan el conocimiento sobre toda cosa! ¿Qué propones?

Los relámpagos eran acompañados de densos y terribles rayos, que parecían atravesar toda la abadía. Las tronadas eran terriblemente fuertes y en la tempestuosa vastedad de lo asombroso, se hermanaban sin saberlo los dos seres.

—¡Quiero la eternidad!dijo el fraile con un imperante tono—. Sólo quisiera saber cuál sería el precio de esta osadía, no estoy dispuesto a tolerar tus astucias o engaños. Mi sueño es el Grial, quiero sorber la sangre que me haría por siempre vivir. Solo que no sabía que se lo iba a pedir a Lucifer personificado, pues yo no creía ya en tu existencia. Pero estoy dispuesto a pagar el precio. Ya no hay temor en este corazón, que ha realzado en este último instante su objetivo por delante de cualquier cosa.

—Ya veo que te decides Rogerdecía el demonio aún con sumisa voz—. Te lo puedo otorgar y de la manera que menos te lo esperabas. Sólo quiero que me dejes actuar con libertad sin atormentarme más; ya siento que nos hemos amistado. ¿No te dan miedo las llamas de el infierno hijo, atormentado por la sed de poder e inmortalidad?

—¡Qué importa! Mi santidad no se verá mancillada por las manchas de mi ambición, esta sed que tengo desde el nacimiento por palpar lo que escapa a los ojos de los demás. Por algo soy fraile, ¿no lo crees?

—Eres sabio, curioso hombredecía la aparición en un tono más confiado y fraternal—. Todo religioso es religioso, aparte del miedo a lo desconocido, porque ama ese abismo donde afloran plegarias y preguntas que sólo son contestadas en la soledad y la oscuridad. Pero no es la santidad tuya la que está en juego, sino tu eternidad en un mar de llamas, jajajajaja, ¡es broma! Los santos siempre terminan salvándose. Hay bastante fuerza en ese objeto en tu cuello, ese escapulario. Son interesantes los seres humanos cuando dan valor a un objeto hasta el punto de divinizarlo, de otorgarle una vida sagrada a algo que era inerte. Y éste irradia bastante divinidad que no sería capaz de tocarte por la fuerza con que está impregnado y con la que tu fe de hace un rato lo reanimó. Cualquier plan que tengas conmigo y cualquier cosa que yo te pueda otorgar desde las entrañas de la oscuridad, te será concedido, y tendrás la bendición de no quedar maldito gracias a la divinidad y la limpidez que este objetó irradia, fruto de tu castidad y de tu antigua entrega a la oración, esa vieja comunión que tenías con el padre. Así que, mientras este objeto esté contigo, nada ni de luz u oscuridad podrán atormentar tus días.

Las palabras que había proferido el macho cabrío humanizado al fraile, lo convencieron de cierto modo, y un leve mareo le aconteció, y de inmediato le pidió actuar con toda libertad.   La entidad hizo aparecer fuego que brotaba del suelo. El fuego al principio se alzó hasta por encima de las cabezas de los hombres y un olor a metales fundidos y ciertos gases se expandían por la torre.

—¿Qué haces?pregunto Campanella, ya sin ningún temor al demonio, como un aprendiz se dirige a un maestro de alquimia—. ¡Incendiarás todo el recinto!

—Sólo observa Roger Campanellale decía el demonio, con el tono de los que dan curiosas enseñanzas—. Tu grial está aquí, yace en el fuego donde forjaremos tu última ambición. Es una mentira el grial con el cual has soñado. Hace tiempo que no existe. Las llamas lo acogieron hace tiempo y su sangre la crearemos de donde venga la sangre.

—¿Qué dices? ¡No estoy dispuesto hacer engañado! ¡Lo he dado todo por la inmortalidad!decía el fraile, con un tono de ira repentina y dispuesto a someter la entidad nuevamente con la fuerza de su escapulario—. Te someteré y atormentaré si no me das lo que busco.

—Ya lo secalmadamente respondía el Diablo a las amenazas—. Ya verás que obtendrás lo que quieres, no en la manera en que lo deseabas pero lo obtendrás. Este grial también te puede otorgar la inmortalidad. Sólo necesitamos sangre santa que se pueda verter. Ya de todas maneras no deberías desistir a tus deseos, porque es tarde.  Aceptaste un trato con la oscuridad y aunque desistas y me envíes nuevamente a mis dominios, habrás pecado en vano. Entonces, te quedarás sin inmortalidad y aunque el escapulario te proteja, no te iras con él al más allá; y ya sabes lo que pasará. Así que te sugiero que no te impacientes y seamos alquimistas en estos instantes.

La tormenta seguía haciendo estragos en la abadía, las lluvias inundaron el jardín y la entrada a la torre. Pero no estaban solos las entidades en la torre. Abajo, un curioso monje preocupado por las lluvias y el humo que salía de la torre, ascendió por la escalera en espiral preocupado  por Campanella. En la subida era sofocado por el olor del humo que arropaba la torre.

—¡Sorpresa! ¡No estamos solos! Hay alguien que asciende hasta aquí, y es uno de tus santos compañeros. Trajo sin nadie pedirlo sangre sagradadecía el Diablo con una sonrisa en la boca, mientras movía entre el fuego una aleación de metales, que en pocos instantes moldearía para sacar un cáliz ardiente.

—¿Qué insinúas?preguntaba el fraile sospechando una verdad criminal.

—Mira que bello cáliz, hijo Roger, mira como arde aún —decía dándole vueltas y mirando minuciosamente su invención—. Tócalo, no temas palpar lo que habías soñado hecho realidad. Es un recipiente sacro, esperando por sangre sin corrupción y la sangre ya está cerca. Así que toma la daga, que empieza el trabajo.

—¿De qué hablas?, acaso crees que voy a realizar un acto de sangre y mucho más con uno de mis hermanos espirituales expresaba el fraile sumido en una leve confusión y nerviosismo—. Además, nadie de la orden debería ver en que prácticas estoy involucrado, no puedo dejarlo llegar.

—Viene por ti, está preocupado por el humo que sale de la torre y por la tormenta, y parece que hay más de uno que sabe de tus solitarias estadías nocturnas aquí, ¡ves Roger! Tienes buenos compañeros y tú no les muestras aprecio.

—Esta no es situación para sarcasmos, todo estará perdido si llega a entrar, bajaré para disuadirlo.

—No te preocupes, ya acaba de llegar.

La puerta, que daba al interior donde se encontraba Roger, empezó a ser tocada fuertemente por el fraile que vocifera el nombre de Campanella para ver si este se encontraba bien. Campanella estaba inseguro de abrir para que el joven Jaime no se encontrara con toda aquella escena ritual y con el mismo rey de las tinieblas en lo alto de la abadía. La entidad seguía hablándole a Roger, le susurraba palabras en el oído. El fraile parecía estar sumido en un hechizo, que el humo y las convincentes palabras de la entidad le habían insuflado y por fin abrió la puerta.

—¡Hermano Campanella! ¿Está usted bien? Fueron las primeras palabras que en medio del humo Jaime dirigió a Roger, y éste asintió con la cabeza, los rostros de los hombres fueron cubiertos por una nube de humo—. ¿Acaso te dedicabas a alguno de tus experimentos? ¿Qué pasa aquí?

—No es nada, fue sólo que se volteó la lámpara sobre algunos de mis libros mientras dormía un poco y he ahí el resultado.

El joven fraile, vio en el piso algunos libros quemados por el fuego, que ahora eran sólo humo. Roger tenía miedo de dejarlo pasar. Miedo de saber que pasaría si lo dejaba entrar al recinto que estaba cubierto por humo de algún fuego, que tal vez llegó de la misma boca del infierno.

—Déjalo pasar, no puede verme, descuida por ese lado, sólo tus grises ojos son capaces de hacerlo. Soy tu invocación, no lo olvides expresaba el Diablo, dándole vueltas al objeto metálico que se enfriaba en un recipiente de cobre con agua.

Roger vio tristemente el libro de Jámbligo que cayó abatido antes las llamas. Algunas anotaciones también fueron devoradas por las candentes furias del fuego. El fraile dejó entrar al joven Jaime y lo invitó a sentarse en el sillón de cuero. Jaime de inmediato vio el cáliz que se enfriaba en la cacerola de cobre y no se contuvo en preguntar y en curiosear un poco. Roger se lo dejó tomar en sus manos y el joven apreció esta obra, la contempló con sus azules ojos, donde una pureza más allá de toda pureza habitaba. En él, la inocencia y la santidad, nacían como retoños inmaculados.

 

—¡Qué bello es Roger! ¿De dónde ha salido?decía tiernamente el joven fraile, abstraído por la belleza y rareza del objeto—. ¡Ya se! Es una de tus invenciones, eres maravilloso aunque no hables mucho, Roger. Ya se que no te gusta que te molesten pero me preocupé, ¿entiendes?

—Claro que te entiendo hijo y gracias.

La entidad que sólo Campanella veía, señalaba el cáliz y susurraba a Campanella en el oído. El muchacho estaba sumido y maravillado jugando con el objeto. La tormenta seguía y el abad dormía. Sólo dos en el monasterio parecían estar alerta: un muchacho y un monje de cincuenta y siete años ambos en la torre en plena tormenta.

—Toma la dagasusurraba el Diablo por la espalda de Roger, mientras Jaime sostenía el cáliz—. Acaso no sabes que es esta la sangre más sagrada que en estos días habita en la tierra. Lo que corre por las venas de este jovencito, es pura inocencia y sueños sagrados. Es la pureza hecha vida. Este es el líquido que el cáliz llevará dentro. Después que la sangre toque este metal habrá un nuevo grial que muchos buscarán para sorber la inmortalidad. Es esta la inmortalidad que tú poseerás primero.

—Yo amo ese muchacho decía Roger susurrando y entre dientes, para que Jaime no se diera cuenta de que hablaba con alguien más—. ¿Cómo crees que cometería este crimen por más ambicioso que sea? ¡No lo haré!

—¿Qué le pasa?  ¿Por qué susurra?decía Jaime.

—No es nada sólo me comentaba algo.

—Tienes que hacerlo por tu propio bieninsistía el Diablo—. El chico por más cariño que le tengas tiene segura su salvación, aunque tú le mates. Pero tú si no tomas de este cáliz, sabes que no conseguirás la inmortalidad y sin ella después que mueras tu escapulario no te protegerá más. ¿Sabes? Eres un hombre muy misterioso, ni yo me sé explicar como este objeto te ha hecho exento de toda maldición y de todo juicio, que ni los ángeles se atreverían a tocarte. Es la dicha más grande que tienes, no desaproveches esto.

—¡Oh mi Dios! ¿Qué he hecho?se lamentaba Roger mientras se pasaba la mano por su canosa cabeza—. Ya no tengo vuelta atrás. Y como en un trance, se bajó y tomo la daga del piso, poseído por una nerviosa emoción y, mientras Jaime sostenía el cáliz en la mano, este lo apuñalo con los ojos cerrados por la espalda. El chico grito fuerte y se volteó hacia a Roger; el cáliz y los dos cayeron al piso. El chico boca arriba y el viejo fraile con su afilada daga, tratando de darle una fuerte estocada que le diera muerte. Sus ojos se cruzaron en el acto. Roger abrió los ojos y se encontró con los atemorizados e inocentes ojos azules del joven Jaime, que parecían clamar misericordia, mientras también preguntaban el por qué. Roger le pedía perdón a Jaime, mordiéndose los labios que de nuevo empezaban a sangrar mientras lloraba; lloraba y daba estocadas en el frágil cuerpo del joven, hasta acabar con su vida. Una vida que se extinguió en el instante. Roger al ya saberlo asesinado, se recostó llorando encima del cuerpo al cual cerraba sus espantados y bellos ojos. Los dos cuerpos quedaron empapados de sangre. La entidad se mostró callada en el acto y pronto se bajó y tomó el cáliz, el que de inmediato pasó a Campanella diciendo:

—Vierte pronto aquí la sangre, antes de que pierda todo su calor; antes de que el frío empiece a recorrer su cuerpo; antes que su vida se extinga por completo. De esta forma parte de su vida, de su vitalidad, quedará adherida al cáliz. Y así, ya habremos conseguido un nuevo grial. Ya no te abrumes, tú sabes que el alma del chico irá a buen lugar, eso tenlo por seguro.

Roger tomó el recipiente y levantó un poco el cuerpo inerte del muchacho y de cada agujero que había ocasionado con la daga, empezó a verter la sangre en el cáliz. El nuevo grial tomo un color púrpura fosforescente de inmediato.  Después que se consumó el ritual, Campanella sorbió frenético del licor del grial  y en varios minutos, sintió una fuerza interior crecer en él. Se intuyó inmortal y con sobrehumanos poderes. Después, puso el grial sobre una pequeña mesa y se tiró de espaldas en el piso. Mientras la entidad le decía:

—He cumplido con tus sueños, sólo falta buscar los guardianes que cuiden tan preciado tesoro, porque te aseguro que todas las naciones de la tierra vendrán tras la ventajas divinas de este grial, debemos buscar los perfectos guardianes que velen este manantial de sabiduría. ¡Ya se Roger! Las gárgolas que están abajo. Ve y mánchalas con la sangre del chico y ordénales que sean las guardianas del grial.  Ya eres  un rey, fuiste ungido con la eternidad, nada te será imposible.

El fraile como hipnotizado, bajó y manchó las gárgolas que estaban arrumbadas en una esquina del cementerio. Bajo el aguacero y los truenos. Pronto un rayo cayó cerca de la torre sobre unos árboles que fueron incendiados al momento. El fuego despertó a varios monjes de la abadía los que enseguida llamaron al abad. Cristian, el más allegado a Campanella, fue a buscarlo a la torre porque el fuego crecía sin cesar, aún con toda la fuerza de la lluvia. Mientras Roger estaba insuflando vida a los nuevos guardianes, Cristian, penetraba hacía la torre. Al llegar al recinto de lectura de su desvelado amigo, se encontró el cuerpo del joven apuñalado y el suelo ensangrentado. El suelo caliente,  libros quemados, y la daga tirada en el piso empapada de sangre. Gritó, y bajó despavorido, llamando al abad y otros monjes que salieron de inmediato al rescate de Jaime. Mientras Campanella descansaba un poco bajo la lluvia al ver las gárgolas de piedra despertar de su letargo, la torre ya se había habitado de los monjes que sacaron en brazos el cadáver de Jaime. Cristian y el abad esperaron en la torre, mientras otros frailes salieron en la búsqueda de Campanella. Todos estaban absortos. Se preguntaron cada cosa. Pero todos intuían la participación de Roger.

—¡Esto es abominable! —decía el abad horrorizado—. Me imaginaba las herejes prácticas de este hombre, pero nunca pude saber hasta donde podía llegar.

En este instante el fraile hereje caminaba hacia la torre, y las cuatro gárgolas de piedra treparon hasta arriba y por fuera, haciendo un terrible e insoportable ruido, casi simulando un temblor de tierra. Cristian y el abad se quedaron observando el grial con esta sangre dentro, mas no quisieron tocar este objeto. Pero el espanto del temblor en la torre, los hizo caer y pronto se encontraron con la sorpresa. Cuatro gárgolas de piedra atravesaron las paredes y se pararon alrededor del cáliz con unos extraños ojos rojos. Al tratar de huir y bajar por las escaleras, se encontraron con el fraile, que traía su túnica ensangrentada y en sus ojos grises, un frenético trance se hacia ver. Ya sus sueños estaban logrados. Ya no necesitaba nada más. Los otros monjes subieron hasta la torre y se encontraron también con todos estos espantos. Y la túnica de Campanella bañada en sangre. Éstos, al tratar de agarrarlo fueron echados al suelo por un fuerte soplo ardiente que salía de sus manos. El temor de todos los monjes aumentó, cuando vieron a Campanella acercarse al grial en posición de protección e inmóvil; y cerca de las gárgolas vivientes; sin ser dañado y sin proferir palabras. Cristian le dijo:

—Hermano Roger, ¿a qué te has dedicado? ¿Qué has hecho de ti? Has caído en la trampa del diablo sin darte cuenta; te convertiste en una marioneta.

—Calla Cristiancontestó Roger, mirando a sus ojos—, tú no comprendes nada, ninguno ha tenido sueños. Yo no quise matar al chico.

—Creo que te volviste loco, entrégate a nosotros Rogerprofería Cristian.

Roger, en un desafío se lanzó hacia el abad y su amigo Cristian, al hacerlo, tropezó con una hendidura en el suelo y cayó de cabeza dando varias vueltas. La entidad dijo sus últimas palabras:

—¡Cuidado Roger! ¡El escapulario!

Estas palabras las logró escuchar el abad, y cuando Roger cayó tendido, su escapulario se había salido del cuello y el abad había ordenado a Cristian tomarlo, y éste, rápido lo tomó del suelo. El cuerpo de Campanella al que le faltaba su escapulario poderoso, empezó a descomponerse en burbujeantes escupitajos púrpuras. A las pocas horas sólo quedó un polvo purpúreo que la tormenta arrastraba hacía afuera. Los días posteriores a los hechos, los monjes abandonaron el monasterio que llevará por siempre la maldición y empezaron la construcción de otro templo. En esta torre está encerrada el alma de un hombre apasionado, haciendo de guardián para que ningún otro hombre se atreva a profanar los secretos celestiales… Hasta la llegada del juicio final.

Fin.

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