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Considera, si así lo deseas, el Dios del Génesis:
«En el principio, Dios creó los cielos y la tierra. Y la tierra no tenía forma, y estaba vacía; y la oscuridad yacía sobre el rostro del abismo. Y el espíritu de Dios se movía sobre las aguas. Y Dios dijo, que se haga la luz; y la luz se manifestó. Y Dios vio que la luz era buena; y Dios separó la luz de las tinieblas.»
En los tiempos de nuestros antepasados el Universo era un lugar relativamente pequeño, y la Tierra, el punto central alrededor del cual todos los demás cuerpos celestes giraban. En la tierra, el hombre reinaba sobre todas las formas vivientes. En el cielo, un dios mucho más vasto gobernaba, pero incluso él hizo de la humanidad el centro de su atención, prometiendo vida eterna a aquellos que obedecieran sus mandamientos. Para muchos, ese es aún el universo en el cual vivimos [con la excepción de que la tierra es considerada ser el centro de interés o importancia más que como una ubicación física]. Pero mucho antes del comienzo de este siglo, el progreso científico había socavado seriamente las raíces de esta fe. La Astronomía y la Física habían corroborado el gran valor predictivo del modelo de Kepler, el cual colocaba el sol en el centro del Sistema Solar con los planetas moviéndose en órbitas elípticas. El sol mismo había sido relegado al estatus de una estrella promedio entre una infinitud inimaginable, todas separadas por inmensas extensiones de espacio frío y vacío. La Geología había demostrado que la tierra era un todo ordenado mucho más antigua de lo que la biblia podía calcular. La Paleontología había demostrado la existencia de una larga serie de especies que aparecieron a intervalos, más que una única creación como lo planteaba el Génesis. Adam Smith había propuesto que las economías podían regularse ellas mismas a través de la fuerza de la oferta y la demanda, permitiendo de esa manera que el orden surgiera sin que tuviera que ser impuesto desde arriba por alguna autoridad central. Darwin había aplicado pensamientos similares para explicar el origen de las especies como un asunto de mutación y selección natural y no de una predeterminación consciente. La Medicina había sustituido desde hacía mucho tiempo a la oración como cura efectiva de las enfermedades; y las neurociencias, aún en su infancia, ya estaban mostrando como las facultades que tradicionalmente se adscribían al espíritu de hecho dependían del funcionamiento exacto de regiones particulares de ese pulposo órgano grisáceo llamado cerebro.