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Les aseguro
que el individuo nunca se pierde, ni en el pozo negro del que
un día salimos arrastrándonos, berreando, ciegos y
repudiados, ni en el eventual Nirvana al que algún día
accederemos… y que he podido ver, a lo lejos, centelleando
como un lago azulado en el crepúsculo, entre las montañas
estelares.
El Jardín del Miedo (Robert E. Howard)
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Un jardín puede ser muchas cosas aparte de un jardín. Sobre todo cuando su exuberancia se hace manifiesta a través de extrañas formas vegetales armadas de intensos colores que golpean con el impacto de la maza de un gigante. En el lejano rincón oscuro, tras la estructura de espinas y pétalos de una belleza que sirve a la muerte, se agazapa la siniestra fuerza espiritual simbolizada en un jardín que en verdad puede ser muchas cosas aparte de un jardín, incluso El Jardín del Miedo.
Robert E. Howard concibió esta historia como parte de una serie —posteriormente abortada— en 1933. Ese año, que sería la colina de hierro sobre la que se alzaría el sol de rayos cortantes de Conan y su Era Hiberyana, también se prestó para que Howard intentará especular con algunas de sus inquietudes filosóficas concerniente a uno de sus temas favoritos: Las vidas pasadas y la reencarnación. Así, con los destellos de la espada del bárbaro Cimmerio encegueciendo a una masa de fanáticos, ávidos de que su propia cabeza ruede por las colinas heladas de ese pasado nórdico, Howard escribió la primera historia basada en el personaje James Allison. Esta historia se tituló Los que Marchan al Valhalla, teniendo como protagonista al personaje James Allison: un ciudadano de Texas que al filo de la muerte comienza a recordar sus vidas pasadas. En una carta a Clark Ashton Smith, de octubre de 1933, Howard escribió que la secuela de esta historia El Jardín del Miedo, iba a «tratar con algunas de mis varias ideas del mundo Hiberyano y post-Hiberyano». Nos encontramos pues, en el ocaso de la Era Hiberyana, en especial en un momento de grandes migraciones.
Lo que hace a estas historias joyas especiales dentro del gran tesoro de gemas imaginarias que es en sí la literatura de Howard, es que el carácter de pasiva reflexión dada por la mecánica misma de su principal tema —el recuerdo de pasadas vidas— las convirtieron en espacios en los cuales Howard pudo cincelar puntos de vistas más filosóficos; aún estando presente la metafísica de la acción, que de la mano de una narrativa fulminante, como un rápido golpe de hacha, nos decía todo lo que necesitábamos saber del día a día de un guerrero.