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No hay nada como padecer la condena irreal de estar Desvelado en el País del Sueño. Contemplar impotente el fantasmagórico ejército de las imágenes resurrectas, que cada noche son expulsadas del sepulcro de la conciencia colectiva de los que fingen morir, sólo para avanzar sobre la vigilia que arde implacable en el País del Sueño. Si bien me encuentro a orillas del Yann, esta tortura no se asemeja en nada a sus Días de Ocio. Ese es el motivo por el cual no puedo ver los desolados paisajes con los hádicos ojos, desde cuyos mágicos colores lo disfruta Lord Dunsany. No es el pintoresco barco Pájaro del Río el que acaba de soltar amarras, más bien, es La Barca de Caronte, pues Dunsany es soñado por el sueño, porque él es un digno ciudadano del País del Sueño. Su despertar, es el despertar del sueño; su soñar es el sueño del despertar. No es mi caso, que soy una mancha de energía espectral, infiltrada de manera ilegal en el País del Sueño: aquí mi sueño vive, y mi muerte sueña. Dunsany no se pregunta qué es el sueño, sino que peregrina al País del Sueño para buscar la respuesta sobre qué somos nosotros, los que soñamos sin soñar fuera del sueño, y es que… El sueño lo es todo.
Mientras avanzamos corriente abajo a través del Yann, no me molesto en hacer los signos rituales para agradar a los Dioses de Pegana, Mung, Sish y Kib, pues aquí cada soñador eleva una plegaria al dios desconocido; pero los dioses conocidos no reciben las plegarias de espectros como yo, invisibles a causa de nuestros desvelo en el País del Sueño. El capitán viene de la lejana Belzoond, tierra de dioses pequeños y fáciles de aplacar; Dunsany abandonó su vigilia en Cuppar-Nombo, acunada en una hermosa ciudad llamada Golthoth la Maldita; yo vengo del sueño que delira mi sombra mientras agoniza de luz sobre La Barca de Caronte… que en estos momentos se acerca temeraria al puerto de Mandaroon, la ciudad donde es un pecado despertar. Por ese motivo todos sus habitantes duermen; de atreverse a cometer la blasfemia de despertar, todos los dioses morirán, y si estos mueren, entonces nadie podrá soñar jamás. Y ahora escucho el canto de sirena de mi demonio interno aconsejarme: «Tú, que padeces desvelos en el País del Sueño, condenado a no vivir el sueño desde el trance del olvido total de la vigilia; ve y penetra sigilosamente al apagado espacio de Mandaroon, donde sus habitantes resguardan tras sus párpados el sueño más profundo… Aquél que se sueña en el País del Sueño. Ve ahora… y no pienses en las consecuencias.»
Entre la embriaguez de una oscura esperanza y el deseo de continuar avanzando río abajo a través del Yann, viendo desde el gris de mi desvelo las visiones de ensueños de Dunsany: en la gran corte de Astahan, en donde una paciencia antigua a encadenado al tiempo para que no mate a los dioses; en Perdóndaris, en la que quizás Singanee, su futuro vengador, comparte sus sueños con los demás niños; y así, entre una visión onírica y otra, hasta arribar a Bar-wul-Yann, la Puerta del Yann hacia el azul del mar… sí… Entre ambos impulsos abordo como un sonámbulo La Barca de Caronte… Y avanzo con la visión de un siniestro triunfo al final de mi desvelo. Penetro en Mandaroon… Único ser despierto en la ciudad, sólo uno, pero una sola vigilia puede ser una estocada mortal para los dioses del País del Sueño. Y de esa manera… sólo un sueño intranquilo, cegado por la luz ruidosa de miles de ojos que no pueden soñar. Un solo sueño en un punto del tiempo, vencido por miríadas de vigilias desde la eternidad. Los dioses del País del Sueño han muerto; los hombres no pueden soñar. En todo el País del Sueño, sólo se sueña Mandaroon… ¡Ah!, y quien la sueña es una maldición despierta… en mi sueño.
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