Día: 14 de agosto de 2013

RUNES SANGUINIS / El Monstruo de la Profecía – Por Clark Ashton Smith

Weird Tales - Jan 1932

La tarde, sombría, húmeda y fría por la niebla, estaba declinando hacia un tenebroso crepúsculo cuando  Theophilus Alvor se detuvo en el Puente de Brooklyn a mirar hacia el penumbroso río con un estremecimiento de siniestra suposición. Se preguntaba cómo se sentiría arrojarse a las turbulentas y heladas aguas, y si él podía reunir el coraje suficiente para un acto que, se persuadió a sí mismo, ya se había hecho tan inevitable como loable. Le parecía que se sentía demasiado cansado, enfermo y desilusionado como para continuar con el maligno sueño de la existencia. Desde cualquier punto de vista humano existían sin dudas abundantes razones para la depresión de Alvor. Joven y lleno de ardientes visiones y deseos, había llegado a Brooklyn hacía tres meses desde una villa eclipsada, con la esperanza de encontrar un editor para sus escritos; pero sus versos clásicos pasados de moda, a pesar y debido a su alto fuego imaginativo, habían sido rechazados de manera unánime tanto por revistas como por casas editoriales. Si bien Alvor había vivido en frugalidad, alojándose en una vivienda tan humilde que casi representaba la proverbial buhardilla poética, la pequeña suma de sus ahorros se había agotado. No sólo estaba sin un centavo, sino que sus ropas estaban tan degastadas que le impedían presentarse en las oficinas de las editoras, y las suelas de sus zapatos se encaminaban rápidamente hacia la inexistencia de las tantas caminatas que había dado. Llevaba días sin probar bocado y su última comida, como las que la precedieron, había sido a expensa del bondadoso corazón de su casera irlandesa.

  Por más de una razón, Alvor hubiese preferido una muerte diferente al ahogamiento. Las aguas sucias y frías no eran atractivas desde un punto de vista estético; y a pesar de todas las opiniones contrarias que había escuchado, no creía que semejante muerte pudiera ser otra cosa que dolorosa y desagradable. Por elección habría optado por un exótico opiáceo oriental, cuyo sueño insidioso lo habría conducido a través de reinos esplendorosos hacia la delicada noche del último olvido; o, en caso de que eso fallara, algún veneno mortal de una misericordiosa dulzura. Pero los medios del Leteo no son fácilmente obtenibles para un hombre con el bolsillo vacío. Alvor temblaba en el puente crepuscular al tiempo que maldecía su propia falta de prevención por no reservar suficiente dinero para tal eventualidad mientras miraba las tétricas aguas y también la no menos tétrica neblina tras la cual las perturbadoras luces de la ciudad habían comenzado a abrirse camino. Entonces, con el hábito instintivo de una persona de campo que a la vez era un buscador de la belleza e imaginativo, elevó su mirada hacia el cielo sobre la ciudad para ver si alguna estrella era visible. Pensó en su reciente «Oda a Antares», la cual, a diferencia de sus trabajos anteriores, fue escrita en versos libres, poseyendo una poderosa ironía modernista mezclada con su abundante lirismo. No obstante, había resultado tan poco vendible como los demás. Con un sentido de la ironía mucho más grande del que vertió en su Oda, sus ojos buscaron la chispa escarlata de la misma Antares, pero fueron incapaces de localizarla en el cielo congestionado. De manera que su mirada y sus pensamientos retornaron al río.

  —No hay necesidad de eso, mi querido amigo —dijo una voz a su lado.

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