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Otra vez ese escalofriante sendero; ¿qué siniestros impulsos me han conducido hasta él nuevamente? Lanzo hacia mis pensamientos una mirada helada. Ocultos entres sus sombras, están los espíritus de la noche, cuidando de que estos pasos sin objeto se posen en el espacio de donde penden los soles subterráneos. Camino, camino y camino; y continúo, sin esperanza de agotarme ni impacientarme, pues mis pasos no tienen un fin. No mires a los lados, allí ya no está el tejido sombrío de los árboles que hace un instante cubrían el bosque. No, es el vacío lo que desde allí te observa. Sus dominios inician justo desde cada uno de mis costados. El terreno que en el momento ocupa mi cuerpo es su única frontera.
No, no mires. Ya sabes que es más que el eco de tu voz; también lo es de tu cuerpo, y ¡ay!… de tus temores. Quiero voltear, pero se que no debo hacerlo, es necesario que venza esta curiosidad; que es la propia del que agoniza, y ya antes de la muerte, quiere saber que divinidad abismal le forjó su ataúd. Siento la soledad que se enfurece dentro de mí, pues hay intrusos, y están allí… Insinuando sus siluetas en el vacío.
Ah sí, ese antro, refugio de los demonios que pacientemente esperan la llegada del hombre; para simbolizar todos los monstruos con los cuales he jugado, ahogando un silbido en las noches sombrías. Asilo del misterio que escapa por las ventanas de mis pesadillas; única sustancia que rebosa la nada de mi interior. Mis ojos, que muchas veces no hacen caso de mi temor, se lanzan como una piedra de molino a las profundidades del vacío, sumergiendo junto a ellos el poco Ser que poseo.