RUNES SANGUINIS / La Metamorfosis de la Tierra – Por Clark Ashton Smith

Weird Tales - September 1951

I

En el año 2197, sucedió la primera manifestación de un extraño peligro de alcance mundial y suma gravedad, que pasó sin que su verdadera naturaleza fuera reconocida en el reporte periodístico despachado desde el Sahara, el cual informaba sobre una tormenta de arena de una furia sin precedentes.  De acuerdo al reporte, varios oasis habían sido erradicados y varias caravanas se perdieron en la barrida de la tremenda tormenta, la cual se había elevado a una altura de doce mil pies y cubrió muchos cientos de millas cuadradas. Nadie atrapado en ella salió vivo y ningún rastro de las caravanas perdidas fue encontrado. Posteriores informes dieron las noticias de que la región afectada fue escenario de varias turbulencias menores durante semanas luego del cese de la principal catástrofe, y que un furor de temor supersticioso se había apoderado de las tribus del desierto, quienes creían que el fin del mundo era inminente. Pero debido a la cobertura y atención que se le dio a asuntos aparentemente más sensacionales e importantes que captaban la atención mundial, nadie, ni siquiera los más avanzados y despiertos hombres de ciencia, le dedicó más que un pensamiento pasajero a la tormenta.

  Hacia el final del mismo año llegó un nuevo reporte desde el Sahara, esta vez de una naturaleza tan extraña e inexplicable que inmediatamente despertó la curiosidad de muchos científicos, quienes al punto organizaron una expedición para investigar las condiciones que habían motivado el reporte. Los miembros de la caravana de Tombuctú, la primera que penetró en la ruta de la tormenta, habían retornado a la semana, medio locos de terror y hablando incoherentemente sobre cambios inenarrables que habían tenido lugar a través de toda el área afectada. Decían que las grandes dunas rodantes habían desaparecido, siendo remplazadas por tierra sólida y  formas minerales semejantes a nada que se haya visto anteriormente. La tierra consistía de grandes parches de una especie de arcilla color violeta muy húmeda, y de la cual emanaba un olor nocivo que casi hizo desfallecer a todos aquellos que caminaron sobre ella. También había protuberancias, inmensos salientes e incluso colinas de singulares piedras y metales. Las piedras eran mayormente cristalinas, de colores verde oscuro, azules, negras y rojas y los metales blancos e iridiscentes. Los miembros de la caravana juraron que habían visto enormes piedras que se alzaron de la tierra ante sus ojos, y los cristales emanar desde sus lados. Sobre toda el área cambiada, ellos dijeron, había vapores que emanaban continuamente formando una densa capa de nubes que bloqueó el sol. Pero a pesar de ese hecho, el calor era más intenso que cualquiera que hubieran experimentado, poseyendo una cualidad de intolerable humedad. Otra de las cosas extrañas que habían notado era que la arena inmediatamente contigua a esa área se había vuelto tan fina y pulverizada que se dispersaba en amplias nubes a cada paso de sus camellos, los cuales casi habían quedado atrapados dentro de ella. Todos ellos creyeron sinceramente que Iblis, el Satanás mahometano, había venido para establecer su reino en la tierra y, como medida preparatoria, estaba creando para sí mismo y sus demonios un suelo y atmósfera apropiados semejante a los del reino infernal. A partir de ahí, la región fue totalmente evitada, hasta la llegada del equipo científico liderado por Roger Lapham, el más renombrado geólogo americano del momento.

 

II

  Lapham y su equipo, el cual incluía varios químicos célebres así como colegas geólogos, habían alquilado dos aeroplanos, y el viaje a Tombuctú, donde hicieron una escala para entrevistar a los miembros de la caravana que retornó, sólo les tomó varias horas. Un nuevo e inesperado ángulo le fue añadido a la extraña historia, cuando los científicos descubrieron que ocho de los doce nativos que deseaban ver habían caído gravemente enfermos en el ínterin que tuvo lugar luego del envío del último informe. Hasta hora, nadie había sido capaz de diagnosticar su enfermedad, la cual había presentado una serie de síntomas tan inexplicables como desconocidos. Los síntomas eran bastantes variados y diferían de alguna manera en cada individuo, si bien una respiración aguda y desordenes mentales eran comunes a todos. Varios de los hombres habían manifestado una violenta manía homicida, la cual debido a su debilidad fueron incapaces de llevarla a la acción; otros habían tratado de cometer suicidio en un repentino acceso de melancolía y horror nervioso; y seis de los ocho estaban afectados con una peculiar enfermedad cutánea que sugería lepra de no haber sido porque las áreas afectadas, la cuales se desarrollaron e incrementaron con asombrosa rapidez, estaban coloreadas con un brillante color verde en vez de blanco, y púrpura en las orillas. Los síntomas respiratorios no eran diferentes a aquellos experimentados por hombres que han inhalado alguna clase de gas mortífero, marcados con porciones de tejidos carcomidos. Dos de los hombres murieron en la tarde del mismo día en que Lapham y sus compañeros arribaron a Tombuctú, y para el medio día del siguiente, los cuatro que hasta ahora habían estado eximidos cayeron también. Presentaban todos los síntomas mostrados por sus compañeros, con la novedad, incluso en la fase más temprana, de una forma de ataxia motora y un extraño desorden de visión que se manifestaba en una incapacidad de ver claramente a la luz del día, si bien su vista era normal en cualquier otro momento. Ellos, así como la mayoría de los otros, desarrollaron una terrible condición de necrosis que involucraba toda la estructura ósea del cuerpo, muriendo todos en dos días.

  Lapham y sus colegas científicos hablaron con estos hombres e hicieron lo que pudieron para paliar su agonía. No obstante, no pudieron saber de nada más que no estuviese incluido en los informes que se despacharon en forma de noticia, exceptuando el hecho de que los miembros de la caravana atribuían su enfermedad al contacto con la extraña arcilla y minerales con los que se habían tropezado en el corazón del Sahara. Los que se habían aventurado más lejos dentro del área afectada fueron los primeros en desarrollar la enfermedad. A los científicos les resultó evidente que sus planeadas exploraciones podrían estar acompañadas de graves daños físicos. Uno de los aeroplanos fue inmediatamente despachado a Inglaterra para suplirse de máscaras de gas, tanques de oxígeno y un equipo completo de trajes aislantes diseñados para protegerlos de cualquier cosa conocida por la ciencia en la forma de radioactividad peligrosa.

  Tan pronto como el aeroplano retornó trayendo consigo el material requerido, el viaje hacia el Sahara fue retomado. Siguiendo a una altitud de mil pies la ruta norte de la caravana que se internaba en Insalab y Gadamés, los científicos pronto comenzaron a penetrar el desierto, entre cuyas dunas de dorado amarillento, se encontraba la zona afectada. Un extraño espectáculo se presentó ante sus ojos, muy lejos en el horizonte yacían masas bajas de vapores o nubes; una cosa casi sin precedente en esa árida región ajena a las lluvias. Esas nubes o vapores eran de un color gris perlado, y cubrían no sólo cientos de millas de la arena rodante, o lo que había sido alguna vez arena, sino que parecían adherirse también sobre la rocosa y degastada planicie al este del desierto. Nada podía ser apreciado de los cambios geológicos que habían tenido lugar, hasta que los aeroplanos se acercaron a unas cuantas millas de la masa de vapor. Entonces, el grupo explorador tuvo un vistazo del suelo coloreado y los minerales descritos por los nativos, discernidos borrosamente a través de las retorcidas emanaciones que aún se alzaban desde ellos.

  Antes de aterrizar, los científicos volaron lentamente sobre los vapores para determinar su extensión y densidad. Descubrieron que la masa era de forma circular y tenía al menos cien millas de diámetro. Constituía un piso nivelado y uniforme, asombrosamente brillante bajo la luz del sol, y sin ninguna variación o ruptura en ninguna parte. Luego de atravesar y circunnavegar toda la masa nubosa, descendieron en la orilla sur, procediendo inmediatamente a levantar el campo. El día aún era joven ya que ellos habían salido temprano; y Lapham y los otros estaban ansiosos de comenzar sus investigaciones inmediatamente. Colocándose sus trajes aislantes, las máscaras de gas y los tanques de oxígenos, todo el grupo se puso en marcha al instante. No habían avanzado mucho cuando se toparon con el polvo o arena fina de la cual habían hablado los miembros de la caravana. A cada paso que daban sobre esa arena se hundían hasta la cintura, pero gracias a su inconcebible ligereza su progreso no fue tan dificultoso como se podría esperar. Con cada paso, toque o movimiento, el fino polvo se dispersaba formando una enorme nube, y como tuvieron ocasión de observar, le tomaba horas volver a asentarse. Ninguno de ellos había visto nunca un polvo semejante, y lo químicos de la expedición apenas podían esperar para analizarlo.

  Al fin, luego de mucho vagar y trastrabillar en la nube de polvo, a través de la cual no podían ver nada, Lapham y sus compañeros salieron a la orilla del extraño suelo violeta. El contraste de esa arcilla húmeda y humeante con los golfos de polvo atómico que la rodeaba, era tan inexplicable, tan absolutamente asombroso como para confundir toda conjetura. En su rareza la substancia no era de este mundo, y el calor que emanaba de ella era insoportable. Los científicos se sofocaron del calor dentro de sus herméticos trajes mientras cruzaban la zona polvorienta, pero ahora estaban sometidos a una verdadera tortura.

  A cada paso su asombro crecía, ya que el penumbroso paisaje debajo del vapor era de una naturaleza como no había sido visto por el ojo humano anteriormente. Gigantescos salientes de formas rocosas cristalinas se alzaban en el suelo, y alrededor de los cristales había algo, incluso sin mencionar de su curiosa coloración negra, azul, roja y verde oscuro, que servía para diferenciarlas de cualquier cosa clasificada por los geólogos. Tenían un tamaño prodigioso con muchos ángulos, y un diseño de complejidad geométrica ajeno a todas las rocas normales. De ellos emanaba una siniestra vitalidad, y la historia de los nativos quienes supuestamente los habían visto crecer y ensancharse, se hizo casi comprensible. De alguna manera se asemejaban a organismos vivos al mismo tiempo que a minerales. Por todos lados se veían protuberancias del metal blanco e iridiscente que ha sido descrito.

  Mientras avanzaban los salientes se hacían más grandes, elevándose sobre ellos en pliegues, precipicios y peñascos, entre los cuales los exploradores encontraron un tortuoso y serpentino camino. Los peñascos eran puntiagudos, prominentes y extraños más allá de toda imaginación. Era como la escena de otro mundo; y nada con lo que los científicos se toparon en el curso de sus andanzas sugería en ninguna manera la familiar Terra Firma. Luego de tantear su camino a través de estrechas aberturas que bordeaban toda la orilla de fantásticas escarpaduras, donde cada paso era precario, salieron de entre los peñascos a la orilla de un lago de un agua negra verdosa, cuya verdadera extensión era indeterminada. Lapham, que marchaba delante de los otros, medio perdido entre las espirales de las emanaciones vaporosas, profirió un grito repentino,  y cuando sus compañeros lo alcanzaron, lo encontraron agachado sobre una extraña planta con un tallo pálido, semejante al de los hongos y anchas y aserradas hojas de un rojo carmesí, moteadas con manchas grises. Alrededor de ella, los rosados labios de plantas más jóvenes estaban surgiendo del suelo, y parecía como si se estremecieran deliberadamente ante la asombrada mirada de los exploradores.

  —¿Qué demonios es esto? —gritó Lapham.

  —Hasta donde puedo ver no se parece a nada que pudiera legítimamente existir en la tierra —secundó Silvestre, uno de los químicos que también poseía conocimientos de botánica.

  Todos se reunieron alrededor de la extraña planta y la examinaron minuciosamente. Las hojas y los tallos poseían una textura extremadamente fibrosa, llena de poros profundos como los del coral. Pero cuando Lapham trató de quebrar una porción, resultó ser muy dura y engomada, por lo que se tuvo que usar un cuchillo para poder cortar una rama. La planta se retorció como si fuera una criatura viviente cuando el cuchillo la tocó y cuando la operación estuvo finalizada, un jugo que guardaba una asombrosa semejanza con la sangre por su color y consistencia, comenzó a manar lentamente. La parte cercenada fue guardada en una mochila para su futuro análisis. Lugo los científicos se encaminaron a la orilla del lago. Allí encontraron algunas formas vegetales de una clase diferente, que sugerían calamites o juncos gigantes. Dichas plantas tenían unos veinte pies de altura y estaban divididas en una docena de segmentos con pesadas y abultadas junturas. No poseían hojas y sus matices iban desde un púrpura profundo a un blanco leproso con manchas y venas verdosas. A pesar de que no había viento, todas ellas estaban meciéndose un poco, emitiendo sonidos como el silbar de las serpientes. Cuando Lapham y sus compañeros se acercaron vieron que los juncos estaban cubiertos con formaciones labiales que recordaban los succionadores de los pulpos.

  Silvestre se encontraba delante de los demás. Al acercarse a la planta más próxima, esta giró hacia él con la celeridad y flexibilidad de una serpiente pitón, y rodeó al químico con una serie de vueltas constrictoras. Silvestre gritó de terror al sentir el apretón de la planta, al tiempo que los demás corrieron inmediatamente en su ayuda, asombrados y confundidos por la extrañeza del suceso. Varios de ellos portaban cuchillos que fueron puestos al instante a la tarea de liberarlo. Lapham y dos químicos más comenzaron a cortar y aserrar las horribles vueltas, mientras el junco continuaba aferrándose alrededor del cuerpo y los miembros del hombre indefenso. La planta era asombrosamente dura y resistente, y el cuchillo de Lapham se quebró antes de que pudiera cercenar la sección que se había propuesto. No obstante, sus compañeros fueron más exitosos, cortando finalmente la diabólica planta en dos partes, una de las cuales no estaba muy lejos de la raíz. Pero la planta aún se apretaba alrededor de su víctima que mostraba signos de palidez y flojera, y que para el momento en que sus colegas terminaron de auxiliarlo, se había desmayado. Descubrieron que algunos de las protuberancias en forma de succionadores habían penetrado el material de su traje aislante y adherido a su carne. Lentamente la planta fue cortada en trozos retorcidos; a pesar de que por el momento nada pudo hacerse en relación a los succionadores, debido a la carencia del necesario equipo quirúrgico; y era imperativamente obvio que Silvestre debía ser trasladado al campamento tan pronto como fuera posible.

  Cargando por turnos al hombre aún inconsciente, los exploradores volvieron sobre sus pasos entre los peñascos y salientes de cristales de muchos colores, a lo largo de las peligrosas orillas de los golfos humeantes, abriéndose camino a través de la zona de polvo atómico, hasta que arribaron, del todo exhaustos y padeciendo espantosos temblores, a la orilla del desierto natural. A pesar de su urgente prisa, pudieron llevar con ellos algunos especímenes de los cristales, del blanco metal iridiscente y de la arcilla violeta, así como algunas partes del junco serpentino, para un examen futuro; eso sin dejar de deplorar el hecho de no haber tomado alguna muestra del agua verdinegra del lago. Luego de la experiencia del químico nadie se atrevería a aventurarse entre los amenazantes juncos de su orilla. Silvestre requería atención inmediata ya que estaba pálido y desangrado cual si de la víctima de un vampiro se tratara; el ritmo de su pulso era tan lento y débil como para ser indetectable. Le quitaron su ropa y lo colocaron en una improvisada mesa de operaciones. Notaron que las porciones de sus miembros y tronco que habían sido succionadas, estaban horriblemente hinchadas y descoloridas; y la hinchazón hacía que el trabajo de limpieza fuera más difícil. Nada quedaba por hacer excepto extirpar los succionadores; y luego de la administración de un anestésico, lo cual parecía completamente innecesario dada las circunstancias, la operación fue ejecutada por el Dr. Adams, el médico del grupo. Era obvio que Silvestre había sido espantosamente envenenado por los succionadores, pues incluso luego de ser removidos, las zonas donde había estados adheridos continuaron hinchándose, deviniendo muy pronto en un negro putrescente que amenazaba con expandirse a todo el cuerpo. En ningún momento recobró la conciencia, a pesar de que durante la noche que siguió el retorno se la pasó moviéndose y murmurando débilmente en una especie de delirio, que muy pronto se tornó en un estado comatoso del cual nunca emergió. A las diez de la mañana del día siguiente, el Dr. Adams anunció que Silvestre estaba muerto. Fue necesario sepultarlo inmediatamente ya que su cuerpo presentaba todas las características y apariencia de un cadáver de una semana de muerto.

  Una sensación de ominosa lobreguez y opresión se apoderó de todo el grupo debido a la suerte del químico, pero se acordó que nada debía retrasar o interferir con el trabajo de investigación que había sido emprendido. Tan pronto como el desafortunado Silvestre fue puesto a descansar en una tumba abierta precipitadamente en las arenas del Sahara, sus colegas científicos comenzaron el examen de las muestras que habían tomado. Todas fueron estudiadas con la ayuda de poderosos microscopios y fueron sometidas a los análisis químicos del orden más riguroso. Muchos elementos conocidos fueron hallados, pero estaban mezclados con otros para los cuales la química no tenía nombres. La formación molecular de los cristales era más compleja que la de cualquier sustancia conocida en la tierra; y los metales más pesados que cualquier cosa descubierta hasta ese momento. La composición celular de las dos formas vegetales era muy similar a la de los cuerpos de animales, y se llegó a la conclusión de que formaban parte tanto del reino animal como del vegetal. Como tales minerales y plantas habían aparecido repentinamente en una locación a todas luces incapaz de incluso generar las formas normales, fue un tema de interminables discusiones y conjeturas inconclusas de parte de Lapham y sus colegas. Por el momento nadie parecía ser capaz de aventurar una teoría plausible o creíble. Aparte de eso, ellos estaban confundidos por la presencia del fino polvo en el área mutada: esa zona parecía consistir de finas partículas cuyas mismas moléculas habían sido parcialmente divididas y desintegradas.

  —Parece —dijo Lapham— como si alguien o algo había explotado todos los átomos en esta parte del Sahara para que iniciaran un nuevo proceso de reintegración y evolución, con el desarrollo del suelo, agua, minerales, atmósfera y plantas de una clase como nunca han existido en la tierra en ninguna de sus épocas geológicas.

  Esta atrevida teoría fue discutida en sus pros y sus contras hasta que finalmente se aceptó como la única explicación que contenía elementos de veracidad. Pero aún quedaba por determinar la causa de los cambios geológicos y evolutivos; y por supuesto, nadie podía proponer nada decisivo en cuando a su naturaleza. Todo el asunto era suficiente para hacer tambalear la imaginación de Julio Verne, y con científicos de tan probada rectitud como Lapham y sus compañeros, la fantasía de una imaginación desenfrenada no tenía lugar. A ellos sólo les importaba las cosas que pudieran ser verificadas y probadas de acuerdo a las leyes naturales.

  Se dedicaron varios días a analizar, reanalizar y teorizar. Luego se redactó un reporte de las condiciones que se encontraron, y se decidió enviar un resumen de ello por radio a Europa y América. Cuando se trató de usar las radios portadas por el grupo se descubrió que una condición peculiar de absoluta interferencia prevalecía sobre el vapor que cubría la región. Ningún mensaje podía ser enviado o recibido en la región, a pesar de que la comunicación podía ser establecida con puntos que no estaban directamente alineados con la zona afectada, tales como Roma, El Cairo, Petersburgo, La Habana y Nueva Orleans. La condición de interferencia era permanente; al menos muchos esfuerzos realizados tanto en horas del día como de la noche fracasaron totalmente. Uno de los aeroplanos, portando uno de los aparatos de radio, se elevó a una altura de nueve mil pies sobre el campamento y buscó establecer la deseada comunicación, pero fue en vano. Fue necesario que el aeroplano sobrevolara más allá de la masa nubosa, hacia el lado norte, antes de que Nueva York y Londres pudieran recibir y responder los mensajes.

  —Se diría —observó Labham— que alguna clase de radiación ultra-poderosa, que bloquea la circulación de las ondas radiales, hubiese sido encendido en esta parte del Sahara. Es evidente que existe una barrera de un fuerza obstaculizadora.

  Mientras los argumentos acerca de la validez de esa teoría, la naturaleza y origen de la hipotética radiación, así como su posible relación con los cambios geológicos, aún estaban en marcha, dos miembros del grupo se quejaron de sentirse enfermos. Luego de ser examinados por el Dr. Adams se descubrió que estaban afectados con síntomas cutáneos que se asemejaban a aquellos que desarrollaron muchos de la caravana de Tombuctú. Las características manchas de verde brillante y orillas púrpuras, se extendieron rápidamente sobre sus brazos y hombros, y muy pronto invadieron las partes expuestas de la piel. Ambos hombres se sumieron en el delirio en pocas horas y mostraron evidencia de una extrema depresión nerviosa. Simultáneamente con ese cambio de la enfermedad, el mismo Dr. Adams sintió una repentina sensación de indisposición. Era evidente que los trajes aislantes usados por los exploradores habían sido insuficientes para su protección de cualquier fuerza letal que estuviera activa en el nuevo suelo, los minerales y la pesada atmósfera vaporosa. Se acordó que el grupo debía regresar inmediatamente a la civilización, antes de que otros cayeran enfermos. El campamento fue levantado y los dos aeroplanos se dirigieron hacia Gran Bretaña. Durante el breve viaje todos los científicos fueron enfermándose y el piloto de uno de los aeroplanos colapsó, provocando que la nave cayera en al Atlántico cerca de España. La tripulación del segundo aeroplano vio el accidente e inmediatamente corrió al rescate, pudiendo salvar a Lapham y al Dr. Adams quienes estaban luchando en las aguas. Sus compañeros, incluyendo el piloto enfermo, se ahogaron. Fue un triste remanente de la expedición lo que aterrizó en Londres.

III

  En el ínterin, el resumen del reporte de los exploradores, enviado por radio con tanta dificultad, había sido publicado en todos los diarios importantes del mundo, despertando un interés universal entre la comunidad científica. La prensa estaba llena de teorías y conjeturas, algunas de ellas desenfrenadas y fantásticas. Uno de los periódicos fue tan lejos como para sugerir que los fenómenos del Sahara eran parte de un plan de dominación mundial que había sido puesto en marcha por la Federación Oriental Unida, que para entonces incluía a China, Indochina, Birmania y Japón; mientras otros estaban inclinados a señalar a Rusia como el instigador. En el mismo día en que Lapham y sus compañeros llegaron a Londres, llegó de Estados Unidos la noticia de un misterioso y terrible cataclismo, que había tenido lugar en Missouri y que involucraba al menos medio estado. A pesar de que la temporada era a mitad de invierno con un suelo cubierto de nieve congelada, una tremenda tormenta de polvo apareció, dentro de la cual muchas ciudades y campos, incluyendo San Luís, habían sido totalmente engullidas. Toda comunicación con estas ciudades estaba bloqueada y ningún mensaje, ningún ser vivo o evidencia de vida, surgió de la zona afectada. Se vieron grandes oleajes de nubes que se remontaban a una altura estupenda y de las cuales emergió un sonido como el estruendo de truenos o la explosión de una incontable cantidad de dinamita. El polvo, con una fiereza increíble, se asentó sobre muchas millas en las áreas adyacentes, y nada se pudo decidir o hacer por muchos días, ya que todos los que se atrevieron a acercarse a la tormenta se perdieron al instante para nuca retornar. El terror y misterio de un desastre tan incomparable, tan alejado de toda explicación o imaginación, cayó como un paño de ataúd sobre los Estados Unidos, y horrorizó a todo el mundo civilizado. El polvo de la tormenta, el cual fue analizado inmediatamente, dio como resultado que consistía parcialmente en moléculas desintegradas; y no fue necesaria mucha imaginación de parte de los científicos, reporteros y el público en general, para que asociaran el fenómeno con la tormenta de arena del desierto del Sahara que había dado lugar al surgimiento de un terreno de extrañeza ultraterrena.

  Las noticias les llegaron a Lapham y sus colegas en el hospital al que habían sido llevados desde el aeropuerto. Algunos de los del grupo estaban muy enfermos como para entender lo que había sucedido; pero Lapham y el Dr. Adams, que estaban menos afectados que los demás, estuvieron preparados inmediatamente para comentar los reportes llegados de Estados Unidos.

  —Creo —dijo Lapham— que alguna clase de proceso cósmico ha sido puesto en marcha, el cual podría amenazar la integridad e incluso la continuidad de la existencia de nuestro mundo, o de cualquier mundo que podamos llamar nuestro, y en el cual los humanos pudieran vivir y sobrevivir. Predigo que dentro de pocas semanas condiciones atmosféricas y geológicas semejantes a las del Sahara prevalecerán en Missouri.

  Esa profética declaración, hecha a los reporteros del Times y Daily Mail, recibió considerable publicidad y le sumó al mundo más terror y consternación de la que ya estaba sintiendo. Mientras reportes acerca de la continuación de la tormenta atómica aún agitaban los cinco continentes, varios de los exploradores que retornaron murieron a causa del desconocido malestar que los había contagiado. Sus casos estaban caracterizados por casi todos los síntomas que habían sido notados en los desafortunados miembros de las caravanas de Tombuctú, aunque sin los desordenes respiratorios del cual fueron exentos gracias al uso de los tanques de oxigeno. Una extrema debilidad y melancolía, las manchas verdosas y leprosas, la incapacidad motora, ceguera parcial y la posterior necrosis de los huesos estaban presentes, y muy poco pudieron hacer los doctores encargados para aliviarlos, entre los cuales estaban los más renombrados especialista de Gran Bretaña, Estados Unidos y Francia. Lapham y el Dr. Adams fueron los únicos miembros del grupo que sobrevivieron, pero ninguno se recobró totalmente en el futuro. Hasta el final de sus días, ambos hombres sufrieron de depresión mental y de periódicas manifestaciones de los síntomas cutáneos.

  Una extraña consecuencia negativa de todo el asunto fue que malestares similares afectaron en un grado menos intenso a muchos científicos que examinaron los especímenes minerales y vegetales que fueron traídos cuidadosamente por la expedición desde África. Nadie podía aislar o identificar las propiedades que provocaban tales desordenes; pero fue asumido que radiaciones pertenecientes a las bandas ultra-violetas o infra-roja, y más poderosas que cualquier cosas descubierta hasta ese momento, estaban siendo proyectadas desde las sustancias alienígenas. Era evidente que esas radiaciones eran dañinas a la vida y salud humanas. Mientras Lapham y el Dr. Adams aún guardaban cama en el hospital, noticias frescas continuaban llegando desde América. Una de ellas informaba de dos aeroplanos conducidos por dos aviadores de fama mundial, que habían tratado de superar la terrible tormenta de polvo que todavía azotaba Missouri. La tormenta, al igual que su colega del Sahara, tenía alrededor de doce mil pies de altura y no se pensó que alguna dificultad podía presentar el tratar de sobrevolarla a una altitud suficiente. También se creyó que alguna información útil podría ser obtenida con ello. Los aeroplanos se elevaron a una altura de trece mil pies antes de aproximarse a los límites de la tormenta, pero en violando la jurisdicción del área involucrada, repentinamente desaparecieron de la vista de las personas que observaban su vuelo a través de lentes de campo. Ninguno de los dos aeroplanos regresó nuevamente a tierra, ni tampoco se volvió a ver señal alguna de ellos.

  —¡Tontos! —exclamó Lapham cuando escuchó las noticias de su desaparición—. Era lógico que desde que invadieran el área vertical de la tormenta estaría expuestos a las mismas influencias desintegradoras que operaban en la tierra bajo ellos. He llegado a la conclusión de que estas influencias provienen del espacio exterior. Los aeroplanos y sus pilotos han sido disueltos en polvo sub-molecular.

  No se intentó nuevamente atravesar la tormenta, al tiempo de que el éxodo general de personas desde las áreas adyacentes, el cual había iniciado desde el inicio del desastre, se volvió universal en los días siguientes. Apenas quedaron personas, a excepción de un grupo de formidables científicos que deseaban estar en el lugar por motivos de investigación en caso de que el fenómeno desapareciera. En una semana la tormenta comenzó a menguar en altura y furor, y las nubes se hicieron más fragmentadas y menos densas. Pero como en el caso de África, se sucedieron turbulencias menores por otra semana más o menos. Entonces se notó que masas de vapores estaban remplazando al polvo; y que una sólida capa nubosa de un gris perlado pronto se formó sobre toda la región. Alrededor de toda la zona, la nieve del invierno fue sepultada bajo un manto de polvo molecular que se extendía por millas.

  A pesar de la espantosa suerte que le tocó a la caravana de Tombuctú y la expedición geológica, aparecieron varios científicos lo suficientemente valerosos como para aventurarse dentro del área de San Luís cuando la ascensión de los vapores dio muestra de que el proceso de desintegración había terminado. Ellos encontraron el mismo suelo exótico, los mismos minerales y agua que habían sido descubiertos en el corazón del desierto del Sahara; pero las formas vegetales alienígenas aún no se habían manifestado. Se tomó una muestra del agua para analizarla: aparte de los elementos típicos del agua, se identificó un elemento extraño, similar a cierto gas sintético que se había inventado recientemente y que luego se usó en la guerra, y era mucho más letal que cualquier cosa diseñada hasta ese momento. No obstante, dicho elemento no se podía descomponer en los diferentes elementos que constituían su homólogo creado por los químicos americanos. Incluso se pudo aislar otro gas pero sin que se pudiera identificar o comparar con otros elementos familiares a la química. Apenas los análisis se habían completado y dado a conocer al mundo cuando los químicos que habían emprendido la investigación, así como los investigadores que habían tomado la muestra de agua, cayeron todos enfermos con un malestar que difería en ciertos aspectos del que habían padecido sus predecesores en el Sahara. Todos los síntomas usuales estaban presentes, y coincidentemente todo el pelo de la cabeza, rostro, miembros y cuerpos de los afectados se cayó, sin que quedara la más fina expresión pilosa. Luego, los lugares dejados al descubierto por los cabellos fueron cubiertos con una formación grisácea parecida al moho. Cuando esta formación fue analizada se descubrió que consistía de una especie de organismos vegetales microscópicos que se incrementaban con una asombrosa fecundidad al tiempo que comenzaron a devorar la piel y carne que cubrían. Ningún antiséptico podía combatir la voracidad del moho gris, causando la muerte de sus víctimas en pocas horas bajo una atroz agonía. Se dedujo que el agua debía de dar lugar a estos nuevos síntomas, a través de un proceso de infección; pero cómo esta pudo haberse producido era un misterio, ya que todo método posible de precaución fue ejecutado al momento de manejar el agua.

  Poco antes de la muerte de esos heroicos investigadores, dos descubrimientos astronómicos fueron anunciados. La teoría de Lapham de que  radiaciones de una naturaleza ultra-violeta estaban siendo proyectados hacia la tierra desde una fuente exterior, había conducido a un estudio intenso de los planetas vecinos, particularmente Martes y Venus, con los nuevos telescopios que poseían reflectores de trescientas pulgadas, ubicados en los observatorios de Colorado y los Pirineos españoles. Se creyó que las radiaciones podían estar emanando de uno de los planetas. Para entonces, ya se sabía que Marte estaba habitado, pero muy poco se había averiguado acerca de Venus, debido a la nubosa atmósfera que cubre ese planeta. Pero con el minucioso escrutinio al cual se sometió, se descubrió que tres destellos de luz blanca, que se proyectaron a un intervalo de setenta minutos y cuya duración fue de unos noventa segundos, perforaron la densa atmósfera en la región del ecuador de Venus. Los tres destellos emanaron del mismo lugar. Poco después en la misma noche, el Dr. Malkin del observatorio de Colorado, a pesar de que todo su interés estaba concentrado sobre el orbe de Venus, en ese momento casi en su meridiano, fue forzado a observar dentro de su campo de visión un pequeño satélite o asteroide que aparentemente estaba siguiendo la rotación de la tierra. Se hicieron las debidas observaciones que condujeron al sensacional descubrimiento de que ese nuevo satélite se encontraba apenas a unas mil millas de distancia, y se alineaba con el movimiento de la tierra en un punto que quedaba exactamente sobre el estado de Missouri. Los cálculos revelaron que tenía unos doscientos pies de diámetro.

  Los dos descubrimientos del Dr. Malkin fueron anunciados al mundo, seguidos al día siguiente de un reporte del observatorio de los Pirineos, que daba cuenta de otro pequeño cuerpo que fue localizado muy lejos en el Sur directamente sobre la región cubierta de vapor del norte de África. El tamaño, movimiento y distancia de la tierra de este cuerpo era similares al satélite americano. Ambas noticias provocaron una gran excitación pública, generándose toda clase de conjeturas en cuanto a la naturaleza y origen de los dos diminutos cuerpos, cuya posición hacia que la conexión de ellos con los fenómenos geológicos de las áreas subyacentes les resultase natural a todo el mundo. Pero fue a Dr. Lapham a quien le correspondió predecir que los tres destellos de Venus observados por el Dr. Malkin en la misma noche del descubrimiento del primer cuerpo, pronto sería seguido de la aparición de tres nuevos satélites, así como por tres nuevas tormentas de polvo en diferentes partes del mundo.

  —Me parece —dijo Lapham— que los satélites son esferas mecánicas que fueron lanzados desde Venus, conteniendo seres vivientes así como aparatos para la creación y uso de las radiaciones que destruyen y recomponen, causantes de las singulares manifestaciones en África y América. Los destellos que el Dr. Malkin vio fueron causados sin lugar a dudas por el lanzamiento de nuevas esferas. Y si Venus hubiese estado bajo continua observación por los telescopios, dos rayos anteriores se habrían visto, uno precediendo la tormenta en África y el otro la de América. Sin embargo, no soy capaz de decir por qué las dos esferas no fueron observadas desde hacía tiempo, ya que es muy probable que ellas estuvieran dentro del alcance de los telescopios desde el mismo inicio de la tormenta atómica.

IV

  Hubo una gran diferencia de opiniones en la comunidad científica, así como entre el público en general en relación a la validez de la teoría de Lapham sobre el origen de los satélites; pero nadie sintió ninguna duda acerca de su problemática relación con las tormentas de arena y las nuevas formaciones de suelo. Se notó que los dos orbes diferían en el color, siento el de África de un matiz rojizo y el de América de uno azulado. Pero de repente, ante las observaciones del Dr. Malkin, dos días después del descubrimiento inicial, este último adopto los matices de su compañero africano. Lapham, desde que escuchó la noticia, llegó incluso a especular de que el cambio de color en la esfera tenía alguna conexión con la naturaleza de las radiaciones que habían sido proyectadas, y que probablemente el color azulado estaba asociado con la fase de gestación de las formas minerales, y el rojo con el desarrollo de la formas vegetales.

  —Mi opinión es que—él continuó— los seres de Venus están tratando de establecer ciertas condiciones geológicas, botánicas y meteorológicas en algunas partes de nuestro planeta similares a la que existen allá. La creación de tales condiciones es sin dudas un preámbulo para un intento de invasión. Al parecer los venusianos no pueden existir bajo las condiciones que son favorables a los humanos, en la misma forma que es imposible para nosotros bajo la de ellos. Por consiguiente, antes de venir a la tierra ellos deben crear un medioambiente adecuado para que sus colonias puedan establecerse. Sin lugar a dudas, el suelo caliente y humeante y la atmósfera vaporosa, aparecidas en el Sahara y en Missouri, son similares a las que caracterizan al planeta Venus.

  A pesar de que algunos aún se mostraban incrédulos, o incapaces de comprender imaginativamente lo que estaba teniendo lugar, una ola de terror inundó al mundo ante la promulgación de tal especulación. A partir de ahí, la fría teorización de Lapham y los otros científicos marchó hombro a hombro con la explosión de un temor frenético y viejas histerias religiosas del lado de la multitud. Nadie podía saber, donde y cuando la extraña amenaza interplanetaria daría el próximo golpe, ni el posible alcance de sus operaciones; y la espantosa anticipación de esta amenaza devino en una fuerza paralizante y desmoralizante que afectó más o menos casi todas las actividades humanas. Los hombres de ciencia: astrónomos, químicos, físicos, inventores, electricistas y la hermandad médica eran las únicas clases sociales que, en términos generales, continuaron con sus trabajos con una aceleración más que una disminución de sus actividades. Investigaciones fueron rápidamente hechas en los laboratorios de todo el mundo, en busca de agentes médicos que pudiera ser efectivos en contra de las nuevas enfermedades causadas por el contacto con las formas vegetales, el agua, el aire y los minerales venusianos; y a pesar de los peligros, muchas expediciones se adentraron en la zona cubierta de vapor en busca de las sustancias necesarias para ser estudiadas. La historia del sufrimiento y muerte que resultaba de ello era desconsoladora, a la vez que un testimonio del impávido heroísmo de los científicos humanos. Por otro lado, un grupo de inventores que por largo tiempo habían buscado el secreto de un proceso por el cual los átomos y las moléculas pudieran ser desintegradas y reconstruidas nuevamente a gran escala, redoblaron sus esfuerzos con la esperanza de que la humanidad pudiera combatir la posible conversión de amplias áreas de la tierra en el patrón atómico alienígena.

  Cuatro días luego de la publicación de la última profecía de Lapham, llegó la noticia de las tres nuevas tormentas que predijo, con intervalos de poco más de una hora. La primera tormenta fue en Mesopotamia, y Bagdad y Mosul fueron tragadas por las titánicas columnas del polvo infinitesimal. El Tigris continuó fluyendo dentro del área de la tormenta, pero en la parte sur cesó al instante de correr, convirtiéndose muy pronto en un lecho seco hasta su unión con el Éufrates. La segunda tormenta ocurrió en la Selva Negra en Alemania, y la tercera en las enormes Pampas argentinas. Un nuevo satélite de un matiz amarillo sulfuroso fue ubicado sobre Alemania por el telescopio de los Pirineos, así como por de otros laboratorios. El satélite sobre Mesopotamia estaba demasiado hacia el este como para ser localizado por los astrónomos europeos; pero los astrónomos de dos laboratorios de los Andes tuvieron éxito en localizar el de Argentina, cuyo color también era el de un amarillo sulfuroso. Este color, se pensó, podría estar asociado con el uso y producción de la radiación desintegradora.

  El estado de pánico mundial fue obviamente acelerado por el anuncio de estas nuevas tormentas y satélites. Las personas huían en hordas incontables de las áreas afectadas, y una grave condición social y económica fue creada por dicho éxodo. Algunas industrias se detuvieron completamente, y el tráfico por aire, tierra y mar fue seriamente afectado; todas las bolsas de valores del mundo se sumieron en confusión, con los precios de muchas acciones estándar cayendo en picada. Incluso en esa fase temprana de la invasión venusiana, se manifestaron muchas consecuencias de un orden extremo y a menudo inesperado, en todos los reinos de la existencia y esfuerzo mortal. Todos los satélites visibles fueron mantenidos bajo observación. En la noche que siguió el descubrimiento del orbe amarillo sulfuroso sobre la Selva Negra, se notó que el satélite rojizo del Sahara había desaparecido de su estación; y ninguna pista acerca de su ubicación pudo ser obtenida hasta la llegada de rumores de Tombuctú y Gadamés, que hablaban de un extraño meteoro que había caído en pleno día sobre la región de las masas de vapores en el desierto. Fue visto por varias tribus y caravanas, y era visible a una gran distancia cayendo con una deliberada lentitud sobrenatural en un curso vertical. Se le vio descender cerca de un minuto antes de sumergirse dentro de los vapores. Su color era de un gris brillante y de forma circular, tampoco dejó el usual rastro de fuego de los meteoros. Los pobladores del desierto lo consideraron un portento que anunciaba el advenimiento de Iblis sus demonios.

  —La primera colonia venusiana ha arribado —comentó Lapham cuando los primeros rumores llegaron a él—. Sin dudas ellos han completado su proceso evolutivo, o en todo caso, lo han desarrollado hasta cierto punto que haría de África una tierra habitable desde su punto de vista.

  Mientras que un temor alerta prevalecía entre las multitudes de la humanidad y los científicos estaban dedicados a elaborar múltiples especulaciones en cuanto a la naturaleza de los venusianos, las radiaciones empleadas por ellos y la forma en que las esferas habían sido propulsadas a través del espacio y mantenidas estáticas sobre la tierra, una serie de nuevos destellos fueron captados en Venus por los vigilantes astrónomos de Colorado y España. No menos de nueves de ellos fueron detectados a intervalos regulares durante la noche, y en la siguiente noche, otros nueve fueron proyectados. Sin embargo, otros debieron ser haber tenido lugar durante la luz del día, pues en cinco días, no menos de treinta nuevas tormentas de polvo atómico fueron reportadas desde todas partes del mundo. Muchas de las áreas ya estaban contaminadas con regiones afectadas, contaminación que estaba destinada a extenderse enormemente en dichas regiones; pero otras estaban esparcidas a grandes distancias  formando núcleos independientes para futuras manifestaciones. Hubo tres tormentas en Australia; siete en África; seis en Europa; seis en Asia; cinco en Estados Unidos y tres en Suramérica. Muchos otros satélites, todos del color amarillo sulfuroso, fueron localizados por los astrónomos sobre los reinos de devastación que habían sido establecidos. La destrucción perpetrada era asombrosa en su alcance, pues una docena de grandes ciudades y cientos de campos densamente poblados fueron convertidos en polvo cósmico por la fuerza desintegradora. Berlín, Viena, Florencia, Teherán, Kabul, Samarcanda, Chicago, Kansas City, San Petersburgo y Pittsburg, devinieron en un instante en simples memorias. La ruta argentina se estaba extendiendo hasta Buenos Aires; y el avance en el norte de África se extendió hasta el Lago Chad, que le agregó la formación de una nube de fino vapor de veinte mil pies de altura a la rugiente tempestad de diminutas partículas de arena. Incluso en medio de la confusión y horror universal, se notó que casi todas las tormentas sucedían lejos de las costas terrestres. Lapham, al solicitársele una opinión sobre ese hecho, dijo:

  —El proceso que está siendo llevado a cabo debe inevitablemente ser lento y gradual, debido a su tremenda magnitud; sin dudas muchos años se necesitarán para completarlo. Los venusianos han seleccionado las tierras del interior para el desarrollo de su metamorfosis climática y geológica porque la nueva atmósfera creada sobre tales áreas, serían sometidas con menos prontitud a una inmediata modificación por los océanos terrestres. Sin embargo, si no me equivoco, los océanos mismos serán eventualmente atacados, vaporizados y reconcentrados con la adición de elementos favorables al mantenimiento del aire venusiano. La total expresión de este último proceso, tomando en cuenta los gases letales inherentes en esa atmósfera, será fatal para las restantes formas de vida animal y vegetal originarias de la tierra, y esto aunque los cambios geológicos no se completaran.

V

  Absoluta locura y pandemónium fue el resultado de las últimas treinta tormentas. Desde la vecindad de todos los centros involucrados interminables muchedumbres de personas se derramaron en todas direcciones hacia los litorales de los cincos continentes. Todo el transporte del mundo, tanto aéreo como naval, fue llenado con hombres, mujeres y niños quienes buscaban huir de la amenaza planetaria; y aquellos que no fueron suficientemente afortunados para encontrar espacio en ninguna de las naves, saltaron al mar, o fueron echados de los puertos, playas y precipicios por la presión de la muchedumbre que los seguía. Miles  se ahogaron a medida que la corriente de refugiados llegaba día tras día y noche tras noche, gritando a todo pulmón por el terror, al tiempo que más de los satélites mortales estaban apareciendo seguidos por el surgimiento de nuevas tormentas. País tras país, ciudad tras ciudad, campo tras campo, quedaron vaciados de sus habitantes; hordas que fueron atrapadas por la manifestación de nuevos fenómenos. Esfuerzos heroicos fueron hechos por la policía y las fuerzas militares de todas las naciones, pero no se podía hacer mucho, excepto la organización de las muchedumbres de Europa, Asia y Norte América para ser trasladadas hacia las regiones árticas y sub-árticas.

  No obstante, en medio de todo ese pandemónium y destrucción, los laboratorios de la tierra continuaron  sus investigaciones, a pesar de uno por uno, cada uno de ellos fue alcanzado por el cataclismo molecular. Cuando el rastro del progreso de la devastación se hizo más extenso, los químicos, inventores y otros experimentadores concluyeron que sería una tontería permanecer por más tiempo en sus puestos. Se pensó, debido a la distribución general de la tormenta, que el círculo polar ártico sería la última porción del globo atacada por los invasores; de manera que los científicos de todas partes, unidos en una causa común, hicieron los preparativos necesarios para remover sus equipos y construir laboratorios en el corazón de la planicie polar. La labor del traslado, gracias al empleo de aeronaves gigantescas, fue completada en un espacio de tiempo asombrosamente breve, a pesar de que hubo algunas bajas y pérdidas durante el paso de los aeroplanos a través de las regiones que habían sido asaltadas recientemente por las radiaciones destructivas. Se transportaron suficientes provisiones para varios años, y por supuesto, las esposas y familias de los investigadores los acompañaron, así como varios miles de personas que serían empleadas en un trabajo menos especializado pero igualmente esencial. Ciudades completas de laboratorios así como otras edificaciones fueron erigidas en medio de los desiertos antárticos, mientras los aeroplanos se ocupaban de buscar más personas y materiales. A la colonia científica se le unieron los pasajeros de cientos de aeroplanos fugitivos que habían estado vagando sobre los océanos; y muy pronto los vestigios considerables de cada nación habían encontrado refugio detrás de las barreras sureñas de hielo y nieve. Se hicieron arreglos para hospedar las hordas que habían huido desde el norte; y se mantuvo una comunicación tan regular como fue posible entre los dos bloques de la humanidad.

  Roger Lapham, quien ya se encontraba en un estado de tolerable convalecencia, fue llamado a unirse a las colonias de investigadores, viajando al sur en uno de las primeras naves. Deseaba liderar otra expedición al norte de África, con la idea de penetrar nuevamente en el desierto, donde el supuesto meteoro descendió, pero finalmente fue disuadido de ese temerario plan cuando llegaron las noticias de que las zonas de África estaban rodeadas por todos lados de turbulencias, una de las cuales destruyó Tombuctú.

  Diariamente llegaban a las colonias establecidas en el Polo Sur, las noticias de como progresaba el espantoso trabajo de destrucción y transformación planetaria, enviadas por los operadores de radio que eran lo suficientemente osados para permanecer en sus puestos hasta que el silencio dio prueba de que ellos habían sido erradicados uno a uno junto al terreno donde estaban ubicadas sus estaciones. El suelo y el aire venusiano, con sus delimitaciones de disolución atómica, se estaban extendiendo como un cáncer a través de los cinco continentes, sobre regiones que para el momento ya estaban despobladas de la presencia humana. Los cielos estaban llenos de los pequeños satélites de colores cambiantes, una veintena de los cuales ya habían descendido a la tierra sin que se les viera alzarse nuevamente. De lo que estaban haciendo sus ocupantes en ese momento era un misterio que intrigaba a toda la comunidad científica. Sentían la necesidad de un conocimiento preciso en relación a esta vida alienígena, que obviamente poseía un alto grado de inteligencia, y quienes ostentaban recursos mecánicos y un domino de la física aún no logrado por la humanidad.

VI

  Un informe radial enviado a los laboratorios de la Antártica desde una solitaria villa del sur de Florida, les informó que una de las esferas plateadas había sido vista de cerca por seres humanos por primera vez. Un cosechador de naranjas que se había rehusado abandonar su plantación en la emigración aérea en la cual escaparon casi todos sus vecinos, observó, junto a su hijo de doce años que permaneció con él, la esfera volar hacia ellos en dirección sureste a una milla de la superficie de la tierra. Aparentemente había emergido desde un curso parcialmente cubierto que involucraba Kentucky, Tennessee y la parte norte de Alabama, regiones en las cuales más de una esfera había aterrizado. La cosa volaba lentamente, a unas treinta millas por hora cuando se avistó por primera vez; descendiendo suavemente sobre la tierra a unas trescientas yardas del plantador de naranjas y su hijo, muy cerca de los límites de su cosecha. La esfera parecía estar hecha de algún metal blanquecino, perfectamente redonda y con unos doscientos pies de diámetro, no se notaba ninguna proyección en su superficie. Parecía un mundo o luna en miniatura. Cuando se acercó al suelo, una especie de mecanismo consistente en cuatro trípodes fabricados del mismo metal blanquecino, se proyectó de la esfera sirviendo como soporte al momento de posarse. En esta posición, la parte inferior de la esfera no estaba a más de quince o veinte pies de la tierra. Una compuerta circular se abrió en el fondo, desde la cual descendió directo hacia la tierra una escalera de metal. Siete criaturas de una fisonomía extraterrestre salieron al instante procediendo inmediatamente a examinar los alrededores con toda la seriedad de un sondeo científico. Los seres eran de unos cuatro pies de altura con cuerpos globulares; poseían tres piernas cortas y cuatro brazos flexibles y sin articulaciones que se ubicaban en los lados y la parte trasera de globos más pequeños que eran probablemente sus cabezas. Los brazos eran lo suficientemente largos como para tocar la tierra, y eran empleados tanto para la locomoción y para mantener el equilibrio. Las criaturas estaban cubiertas ya sea por una especie de capa natural a manera de los insectos o por armaduras o trajes fabricados de metales rojos y verdes, pues destellaban maravillosamente bajo la luz del sol. Se interesaron enormemente por la cosecha de naranjas, cortando varias ramas llenas de frutas que fueron trasladadas inmediatamente a la esfera por uno de ellos, sosteniéndolas con dos de sus extraños brazos extendidos. Los otros seis vagaron por los alrededores hasta que desaparecieron de la vista, regresando en menos de una hora cargados de numerosas especies de plantas y también con trozos de muebles, ropas humanas y latas de aluminio que debieron recolectar en los edificios o en alguna plantación abandonada. Entonces penetraron nuevamente en la esfera, luego de lo cual la escalera se elevó, la compuerta se cerró y los grandes trípodes se recogieron, y partieron volando hacia el océano a una velocidad que en breves instantes la llevó a las Islas Bahamas. El plantador de naranjas y su hijo, quienes se habían ocultado tras una pila de cajas de envase vacías, y que apenas se habían atrevido a moverse por temor de atraer la atención de los venusianos, se apresuraron hacia la estación de radio donde el operador aún estaba de turno, suministrándole un reporte detallado de lo que habían visto que enviado a los laboratorios de la Antártica.

  Poco después la esfera fue vista sobrevolar las Bahamas, pero no se detuvo en ninguna se esas islas; y luego se observó desde Haití, Santo Domingo, la Martinica y Barbados. Entonces descendió en la Cayena, donde algunos nativos fueron capturados por los venusianos y trasladados a la nave. Luego, la cosa continuó su viaje en dirección sureste siendo vista muy lejos en el océano desde Pernambuco. Una hora más tarde fue vista desde Santa Elena para luego cambiar el curso de su vuelo hacia el sur, sobrevoló Tristán de Acuña y desapareció de la vista humana por dos días. Entonces, un biplano que volaba desde las Islas Sándwich hacia la Antártica, encontró el gran orbe flotando sobre el océano, reportando ese hecho a la unión de científicos. Al instante se concluyó que sus ocupantes estaban enfermos o quizás muertos, o que al menos no eran capaces de manipular el mecanismo propulsor de la esfera.

  —El contacto directo con nuestro suelo y atmósfera —dijo Lapham— sin dudas ha resultado ser peligroso para estas criaturas de la misma manera que nuestras incursiones en las zonas transformadas a la manera venusiana lo fueron para nosotros. Probablemente eran un grupo de científicos que deseaban reunir datos relacionados con las condiciones terrestres y estaban deseosos de cambiar las condiciones de peligro.

  La noticia de ese descubrimiento despertó una gran excitación. Tres aeroplanos equipados con armas pesadas y explosivos fueron enviados a vigilar la esfera flotante. El enorme orbe estaba ya medio sumergido en el agua; y ningún signo de vida o movimiento aparte del balanceo natura de la deriva, fue notado. Finalmente, luego de cierta vacilación, la tripulación de las naves decidió disparar una bomba de siete pulgadas a la parte expuesta, incluso arriesgándose a destruir mecanismos que serían de sumo interés y utilidad para la humanidad. Para sorpresa de todos, la bomba no afecto en lo más mínimo a la esfera, exceptuando una pequeña abolladura y la aceleración de su deriva en las aguas. Finalmente se decidió remolcar la esfera hacia la tierra. El acercamiento reveló un número de pequeñas ventanas circulares y ovales, llenas con material semi-traslúcido de color verde, ámbar y violeta. Se depositó en una de las Islas Shetland en el sur. Luego de varios intentos con explosivos ligeros, la compuerta inferior fue destruida con Thorite, un terrible compuesto de gases solidificados, el cual había sido utilizado para reducir a cenizas grandes montañas. Evidentemente el metal de la esfera era más fuerte y resistente que cualquier material descubierto o inventado por los seres humanos, descubriéndose también que era más pesado.

  Cuando el humo de la explosión se dispersó, varios científicos penetraron en la esfera por medio de una escalera. La Thorite había causado mucho daño, y varios mecanismos altamente intrincados ubicados alrededor de la compuerta quedaron destruidos, para gran pesar de los investigadores. Pero el cuerpo de la esfera y su contenido aún estaban intactos. El interior estaba dividido en un gran número de curiosos compartimientos de forma octogonales, que habían probablemente acomodado a mil de los viajeros interplanetarios en su viaje hacia la tierra. Un amplio salón sobre la compuerta se dividía en tres espacios de una extensión igualmente espaciosa; estaban llenos de maquinarias cuyo uso y métodos no era fácil de determinar. En el centro de cada salón se encontraba un enorme artefacto fabricado de unos cincuenta cubos de metales todos unidos juntos gracias a unas pesadas varas cuadrangulares. Las varas a su vez estaban tejidas de alambres de diferentes espesores que formaban una gran red. Tres metales diferentes, todos desconocidos, formaban la composición de los cubos, varillas y alambres de los diferentes salones. Desde cada uno de las maquinarias centrales emanaban grandes tubos curvados que se ramificaban en veintenas de tubos más pequeños que se arqueaban a lo largo del techo del salón en todas direcciones, para terminar en una serie de no menos de diez paneles con muchos cuadrados y esferas a manera de botones colocados en un elaborado orden de rotación. Los paneles estaban adheridos a las paredes. Delante de cada una de las ventanas circulares, un artefacto semejante a una trompeta gigante, con una centena de lentes angulados de algún material semejante al vidrio en sus bocas, desembocaba al final de un tubo que se conectaba directamente con el centro del mecanismo en forma de cubo. Las ventanas en cada tubo eran de diferentes colores; y ninguna de ellas, así como ninguna de las otras ventanas de la esfera, era fácilmente penetrable por la visión humana. En la parte externa de la esfera, de lado opuesto a los grandes salones, fueron encontrados tres discos que guardaban gran semejanza con transmisores de radio. Cada uno de ellos estaba conectado con el mecanismo interior. Se concluyó que esos mecanismos eran las fuentes de varias radiaciones empleadas en la disolución y reconstrucción molecular. También se concluyó que la maquinaria destruida por la Thorite servía para propulsar la esfera.

  Luego de examinar los aparatos del gran salón, los científicos comenzaron a investigar los departamentos más pequeños, la mayoría de los cuales mostraron evidencia de ser usados como aposentos. Las camas y muebles eran verdaderamente extrañas. Las primeras eran tubos redondos y bajos, decoradas con materiales de una increíble elasticidad, dentro de los cuales los cuerpos globulares de los invasores habían descansado, con sus brazos colgando de los lados y enrollados sobre sus troncos. Había comedores donde sobre mesas de metales divididas en compartimientos parecidos a tazones, aún se veían los residuos de desconocidos y bizarros alimentos. Todos los techos de los salones eran bajos, de acuerdo a la estatura de sus habitantes, por lo que los investigadores se vieron obligados a agacharse. Facilidades mecánicas e incluso lujo eran evidentes en cada detalle; y habían muchos artefactos especiales, cuyo uso y operación eran desconocidos, que seguramente contribuían al confort de esas extrañas criaturas. Luego de que una cantidad de salones fueron explorados, un hedor terrible fue percibido, que emanaba a través de una puerta abierta; los cadáveres de seis venusianos fueron encontrados yaciendo juntos donde habían muerto, que era el suelo de una especie de laboratorio. El lugar estaba atiborrado de tubos de ensayos de novedosos diseños y materiales; también con toda clase de aparatos científicos que despertaron la curiosidad y envidia de los investigadores terrestres. Al parecer, cuando los venusianos fueron abatidos, estaban diseccionando el cuerpo de uno de los nativos capturados en Guinea, el cual fue tendido y atado a una mesa de operaciones. Ellos habían desollado el cadáver del indígena de pies a cabeza, exponiendo todas sus vísceras. El cadáver de su compañero nunca fue encontrado; pero el contenido de un grupo de tubos, luego de haber sido analizado, resultó estar constituido por los diversos elementos químicos que componen el cuerpo humano. La solución contenida en otros tubos era la de los elementos de las naranjas y otras frutas terrestres, así como de otras plantas.

  Los venusianos muertos no estaban ataviados con las hermosas armaduras verdes y rojas que el plantador de Florida había descrito. Estaban del todo desnudos, con sus cuerpos y miembros ostentando un oscuro color gris. Su piel no poseía pelo y estaba seccionada con escamas o planchas rudimentarias, sugiriendo que ellos habían evolucionado de reptiles diferentes a los de la tierra. Pero ninguna otra característica en su piel evocaba a los reptiles o, incluso, cualquier tipo de mamíferos. Sus largos y curvados brazos, así como sus cuerpos redondeados sin cuello y cabezas globulares ofrecían una vaga semejanza con enormes tarántulas. Las cabezas poseían dos bocas pequeñas y succionadoras ubicada en la parte inferior, sin que se pudiera distinguir nada que pudiera definirse como una nariz. Poseían una serie de apéndices cortos y retractiles alineados a intervalos regulares por toda su circunferencia, sobre la parte donde iniciaban los cuatro brazos. Cada apéndice finalizaba en un ojo con muchos ángulos cristalinos, ostentando diferentes colores así como diferente organización de sus ángulos.

  Luego de un segundo registro de la maquinaria destruida, el séptimo venusiano fue descubierto. Su cuerpo reventó en fragmentos quedando sepultado bajo el montón de tubos retorcidos, alambres y discos. Al parecer, cuando fue contagiado por la misma enfermedad que los otros, él estaba guiando el curso de la esfera y, quizás, al caer o en la congoja de su agonía final, no pudo manipular por más tiempo el mecanismo de propulsión. Se descubrió que todos los venusianos habían sido muertos por algún streptococcus comparativamente inofensivo para los seres humanos, y del cual se habían infectado al entrar en contacto con el cadáver de los  indígenas. El hallazgo y apertura de la esfera levantó un interés supremo e incluso esperanza entre la unión de científicos. Se presentía que si el principio tras las radiaciones desintegradoras y reconstructoras podía ser aprendido, mucho podía hacerse en orden se reconquistar la tierra, o al menos, refrenar el avance venusiano. Pero los tres mecanismos de tubos, cubos y alambres y sus múltiples paneles, desafió todo el genio y conocimiento mecánico de los investigadores por algún tiempo. Mientras tanto, todos aquellos que penetraron en la esfera fueron golpeados con enfermedades extraterrestres, algunos muriendo y otros quedando incapacitados por el resto de sus vidas.

VII

  Las semanas y los meses pasaron hasta que transcurrió un año. La metamorfosis de la tierra había marchado lentamente, a pesar de que luego de los tres meses no se vio otro satélite aparecer en el espacio exterior. Lapham y los demás especularon que quizás la invasión a la tierra sólo fue emprendida con el propósito de solucionar un problema de sobrepoblación y que por tanto había cesado al ser resuelto. Más de doscientas de las esferas de metal habían sido observadas; y estimando mil ocupantes en cada una de ellas, se dedujo que al menos doscientos mil de las hostiles criaturas se habían hospedado en la tierra. Luego de haber transformado parcialmente todos los continentes, muchas de las esferas, como lo predijo Lapham, la emprendieron contra los océanos, e inmensas tormentas de vapor eran reportadas diariamente desde al Atlántico, el Pacífico y el Océano Índico. Incluso en los reinos polares, los inevitables cambios atmosféricos y climáticos se estaban sintiendo. El aire se había vuelto más caliente y húmedo, al tiempo que era invadido por elementos deletéreos, provocando un incremente de enfermedades respiratorias entre los sobrevivientes de la raza humana.

  No obstante, a pesar de todo eso, la situación comenzó a presentar unos pocos factores esperanzadores. La inventiva, bajo el aguijón de una espantosa necesidad, había hecho progresos, resultando en algunos descubrimientos científicos valiosos. Las maquinarias para una utilización directa y conservación de la energía solar habían sido perfeccionadas, y refractores gigantescos fueron diseñados con los cuales el calor del sol podía ser magnificado y concentrado. Con estos refractores, largas áreas de nieve y hielo eterno fueron derretidas, revelando un suelo rico que se comenzó a explotar de manera agrícola. Con la mejoría resultante de las condiciones de vida, la humanidad procedió poblar con presteza y un gran nivel de comodidad, regiones que antes eran consideradas del todo inhabitables.

  Otra invención valiosa fue un instrumento televisivo con más alcance y poder que los que hasta ese momento se habían inventado, con el cual, sin el auxilio de aparatos transmisores, se podían captar imágenes de la tierra sin importar la distancia. El uso de una radiación bien conocida en conexión con ese invento, hizo posible penetrar el aire vaporoso que cubría los terrenos transformados, y así vigilar la vida diaria, movimiento y hábitos de los invasores. De esa manera se adquirió mucho conocimiento en relación a ellos. Se descubrió que habían edificado muchas ciudades con un diseño arquitectónico achatado, en las cuales muchos de los edificios eran septenarios u octogonales,  mientras que otros eran cilíndricos o esféricos. Las ciudades fueron construidas con minerales y metales sintéticos, y todas las casas estaban conectadas con tubos que funcionaban como vías de tráfico. Pasajeros o cualquier tipo de artículo deseado, podían ser lanzados a través de ellos hacia cualquier punto en un instante. Los edificios estaban iluminados con lámparas hechas de materiales radioactivos. También empezaron a cultivar frutas y vegetales alienígenas y la cría de ciertas criaturas que parecían más insectos gigantes que animales. Los vegetales eran mayormente semejantes a hongos, poseyendo un aspecto prodigioso y una estructura complicada; muchos de ellos eran cultivados en cuevas artificiales bajo el estímulo de radiaciones verde y ámbar, emitidas desde mecanismos con forma de orbe.

  Los hábitos y costumbres de los venusianos diferían, como se podría imaginar, del de los humanos. Ellos necesitaban pocas horas de sueño, dos o tres eran suficientes para la mayoría de ellos. También, sólo comían una vez cada cuatro días. Luego de la comida, caían en un estado letárgico por medio día, reduciendo todo tipo de actividades. Eso, para muchos científicos, era una validación de la teoría de que habían evolucionado de reptiles. Eran bisexuales; y, como para apoyar más la teoría reptiloide, se reproducían poniendo huevos. Aparte de los vegetales mencionados, su alimento consistía de un gran número de sustancias producidas con procesos químicos de un orden desconocido. Poseían una forma de arte pictórico de un tipo geométrico que se asemejaba al cubismo, y un lenguaje escrito que parecía tratar solamente de problemas matemáticos y científicos. No se pudo observar ningún tipo de culto religioso entre ellos; en cambio su tendencia mental era predominantemente mecánica y científica. Habían construido una civilización puramente materialista, llevándola hasta un nivel muy superior al de las terrestres.  Su conocimiento de física, química, matemática y todas las ramas de la ciencia, era tan profundo que parecía absolutamente sobrenatural. Los complicados instrumentos, herramientas y maquinarias que empleaban eran fuente de un perpetuo asombro para los inventores humanos. Había instrumentos ópticos con una serie de lentes girantes ordenados uno encima del otro en estructuras de metal, con los cuales ellos aparentemente estudiaban los cielos, a pesar del manto nuboso que colgaba sobre sus dominios. Pero se reflexionó que quizás las miríadas de ojos angulados eran más o menos televisuales, y que podrían ver a través de muchos materiales que la vista humana era incapaz. Para apoyar esa teoría, se puso como ejemplo las ventanas semi-opacas de la esfera accidentada.

  Pero lo que despertó el más vivo interés, fue el mecanismo que ellos inventaron para amplificar todo tipo de radiaciones cósmicas, incluyendo la solar así como las más delicadas e imperceptibles emanaciones del espectro de estrellas remotas. Mediante un proceso de recolección y concentración, esas radiaciones generaban un poder que iba más allá de la electricidad y el vapor. Las vibraciones magnificadas eran usadas en descomponer los átomos así como en su reconstrucción. Pronto de supo que la descomposición se podía efectuar de varias formas, de acuerdo a la intensidad de la vibración usada. Con el uso de las vibraciones altas se podía causar una terrible explosión que destruía las moléculas reduciéndolas a sus últimos electrones. Pero las vibraciones más suaves causaban una explosión más lenta e incompleta, con la cual la formación atómica era parcialmente destruida. Ese último proceso fue el usado predominantemente en la transformación de la tierra. Artefactos más pequeños, similares a aquellos de la esfera plateada, eran del uso común entre los invasores, y todos sus vehículos aéreos, maquinarias industriales así como otras clases de implementos funcionaban con el poder derivado de la destrucción de átomos por la amplificación de las radiaciones cósmicas. Con la observación del verdadero funcionamiento de esos mecanismos, los científicos humanos aprendieron como fue operada la maquinaria de la esfera abandonada. También, el cambio de color de los satélites fue explicado, ya que se notó que la generación de las diferentes radiaciones era acompañada de la manifestación de un aura de colores alrededor del mecanismo transmisor. Como Lapham había supuesto, el amarillo era el color de la destrucción; el azul el matiz de la evolución mineral; y el tinte rojo del crecimiento vegetal.

  La invisibilidad de las dos primeras esferas por un largo periodo, fue igualmente explicada, cuando se supo que los venusianos podían usar a voluntad, en conexión con otras vibraciones, una vibración que neutralizaba esos colores comunes. Probablemente, debido a una precaución natural ellos decidieron permanecer invisibles, hasta que las observaciones los convencieron que nada podía temerse del mundo que estaban atacando.

  Con el conocimiento adquirido de sus monstruosos enemigos, los inventores humanos fueron capaces de fabricar una maquinaria similar para destruir los átomos y reconstruirlos en cualquier patrón deseado. Se construyeron enormes aeroplanos y fueron equipados con esa maquinaria lo que dio paso al inicio de una guerra de destrucción titánica. Los territorios venusianos de Australia fueron atacados por cuatrocientos aeroplanos que tuvieron éxito en destruir varias de las esferas metálicas así como dos ciudades de los enemigos, convirtiendo cientos de millas de tierra cubierta de vapor en un bullente caos de polvo primordial. Los invasores estaban totalmente desprevenidos, pues era evidente que habían subestimado a los humanos como enemigos y no pensaron que eran dignos de ser vigilados en sus actividades y movimientos. Antes de que pudieran reaccionar, los aeroplanos arribaron a las costas de Asia donde infligieron mucho daño en la zona de Mesopotamia.

  Hasta ahora, luego de veinte años de una guerra más asombrosa que cualquier otra en la historia humana, una cantidad considerable de territorio ha sido recuperado, a pesar de las terribles represalias de parte de los venusianos. Pero la situación aún no está definida, y al parecer no será decidida en cientos de años. Los invasores están bien atrincherados, y si alguna vez le llegan refuerzos de Venus, la marea se volvería en contra de la humanidad. La verdadera esperanza yace en su número limitado y en el hecho de que no se están reproduciendo físicamente en su nuevo medio ambiente, por lo que están volviéndose lentamente estériles así como sujetos a una infinidad de enfermedades debido, sin lugar a dudas, a la incompleta conversión de la tierra y su atmósfera y la tendencia a la estructura átomos telúricos a reorganizarse nuevamente, incluso fuera de la reintegración llevada a cabo por los científicos. Por otro lado, la contaminación de los océanos y el aire con gases mortíferos no es favorable a la vida humana, y el poder de la ciencia médica no ha sido capaz de lidiar totalmente con los inusuales problemas presentados.

  Roger Lapham, cuya clarividente lógica cerebral e intuición profética habían sido siempre una fuente de inspiración para sus colegas, murió recientemente y es sentido por todos. Pero su espíritu aún prevalece; e incluso si la humanidad ha de perecer en la larga y catastrófica guerra contra un enemigo alienígena, la historia de la mortal existencia, sus sufrimientos y trabajos, no habrá sido contada en vano.

Fin

 

Traducido por Odilius Vlak

 

  • NOTA: La versión original de esta historia, titulada «The Metamorphosis of the Earth», fue publicada por primera vez en el número de septiembre de 1951 de la revista Weird Tales. También ha sido incluida en las siguientes antologías:
  1. 1.      From Other Worlds, Pellegrini & Cudahy [1952].
  2. 2.      Beachheads In Space. Stories On A Theme In Science Fiction, Pellegrini & Cudahy [septiembre de 1952].
  3. 3.     Beachheads In Space. Stories On A Theme In Science Fiction, Weindenfeld & Nicolson [mayo de 1954].
  4. 4.     From Other Worlds, Four Square [1964].
  5. 5.     Other Dimensions, Arkham House [1970].
  6. 6.     Other Dimensions V2, Panther [1977].
  7. 7.     The End of the Story: The Collected Fantasies of Clark Ashton Smith V1, Night Shade Books [enero del 2007].

 

 

 

  

3 comentarios en “RUNES SANGUINIS / La Metamorfosis de la Tierra – Por Clark Ashton Smith

  1. Extraordinario aporte, Sumo Sacerdote de la oscura Averoigne. Sean con usted las más negras bendiciones, un saludo de su humilde servidor desde las australes tierras de Argentina, país infecto también de vampiros «políticos».

  2. Gracias Gonzalo… Puedes estar seguro de que tus negras bendiciones se harán más negras una vez caigan cual semillas nigrománticas en las tierra de Zothique. Un saludo desde la tierra caribeña de Santo Domingo, donde tengo la esperanza de que en el futuro se alce desde las aguas el último continente. Vampiros políticos? Bueno, aquí tenemos zombis políticos.

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