Etiqueta: Zothique the last continent

INTROVISION / El Despertar del Fénix

Fenix Grabado

 

  El cadáver plateado de una tierra moribunda todavía flota en las turbulentas aguas del mar oriental y el mar de Indaskian, forzados por ambos océanos, sus aguas rugen furiosas disputándose con bravura el terreno rocoso que llevara al hundimiento definitivo de lo que en vida fue llamado el continente de Zothique. Las placas tectónicas se quiebran, y de sus entrañas, la sangre de un magma plateado surge pestilente por todas las aguas de sus mares; ¡nunca será tan grande el dolor! ¿Acaso, algún habitante de Yoros, petrificado en el silencio de una luminiscencia plateada llorara esta pérdida?

  Imaginemos las causas que han dado origen a este posible ocaso, tal vez, contrario a las numerosas predicciones inmemorables de los astrólogos; el advenimiento de esta plaga cósmica (que como todos sabemos descendió de la estrella gigante Alchenar), tuvo su verdadero origen en el éter de dimensiones desconocidas. Entre los numerosos hechiceros del continente de Zothique, se comentó alguna vez con gran escepticismo, de un antiguo objeto de poder nombrado por muchos como el Ojo de Izdrel; descrito, como un extraño y arcano espejo pentagonal, decorado en sus bordes ornamentales de una serie de símbolos cabalísticos que anunciaban el advenimiento final de aquel mundo agonizante. Muchos han especulado sobre tal codiciado objeto, asegurando su existencia en un gran salón informe, resguardado, por los aterradores encantamientos del temible Namirrha, quien le descubriría accidentalmente en una cámara oculta próximo a la oscura y gigantesca estatua de Thasaidon.

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INTROVISION / Ylourgne: Una Fosa Común Para un Solo Cadáver

 «Aquellos que arribaron aquí como muchos, Retornarán siendo uno.»

Palabras del nigromante Nathaire.

[«El Coloso de Ylourgne»: Clark Ashton Smith].

 Cada tumba exhala el orgullo necrológico de su individualidad, renuente a sacrificarla por la unidad ilusoria de una colectividad de la cual ellas no quieren participar: quieren permanecer en la singularidad desde cada una de las partes que son, no en la que promete el putrefacto todo que soy.

El río Isoile arrastra mi condena desde las colinas nórdicas coronadas por las ruinas del antiguo castillo de Ylourgne—donde sueñan habitar como hombres los lobos que embrujan el bosque con sus aullidos—, hasta los pantanos del sur, entre Les Hiboux y Ximes, los cuales se endurecieron cual losa sepulcral considerando que sería una blasfemia agregar la descomposición de mi carne a la que fermenta las entrañas de su tierra. Mil voces gritan en mi interior ambicionado sofocar la mía; maldiciéndome por el hecho de haberle interrumpido su sueño eterno, su pacífico descanso en el sepulcro. Antiguas vidas que han devenido en «Yoes», en demonios que han tomado posesión de mi alma, desde el momento que me apoderé con mi energía de cada uno de sus cuerpos.

Pude reunir los cadáveres, pero ahora me resulta imposible reunir sus tumbas, y aún menos, descansar en cualquiera de ellas. He deambulado por toda la geografía de Averoigne, en busca de un sepulcro desde donde ninguna nigromancia pueda levantarme como lo hice yo con los cadáveres frescos de cientos de jóvenes que acabaron sus días con una muerte violenta. Mi voz destelló en la oscuridad de sus conciencias como un relámpago de fuego y azufre. Irresistible a la fuerza nigromántica de mi invocación, peregrinaron hacia Ylourgne. Los brazos de los dolientes vivos se extendían implorantes hacia los muertos para que no los abandonaran por segunda vez.

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TETRAMENTIS/ Georitmo a la Velocidad de la Luz/ Por Odilius Vlak

«… Y entonces, como si el temblor de mi cuerpo hubiese levantado un velo, se me apareció la Santísima Virgen de la Altagracia, pero no como la vi en la primera visión —rodeada solamente de su esplendor—, sino a lomos de una gran bola de fuego; sobre la cual Nuestra Señora cabalgaba apresuradamente como si estuviera huyendo de un fuego aún más terrible. Y esa bola de fuego se acercó a mí rodando sobre la noche. Sin desmontarse, la Santísima Virgen me dijo: «Hija mía, dentro de trescientos años ve a mi capilla y ora; y luego avísale al mundo el advenimiento de un gran castigo. Que haga penitencia, o si no rodará por los cielos como esta bola de fuego… pero cubierto sólo de cenizas…».»

[Del texto apócrifo de José María Serra «El segundo mensaje de la paloma de fuego», registro # d.c.02010405, de los Expedientes Alejandrinos de la República Dominicana]

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I

Me presenté al domicilio de la señora Ana María Galbes muy temprano en la mañana del 16 de julio de 1845, como lo habíamos acordado. La calle de los Plateros, donde está ubicada, se encontraba desierta, excepto por un leve manto de bruma que cubría el polvo; tejida por el rocío que insistía en desafiar ese caluroso verano. Me encontraba presa de un temblor que estremecía todo mi cuerpo, casi diría de un rapto religioso, debido a la expectativa reveladora de nuestra reunión. Por un momento pensé que el barro de mi cuerpo se convertiría en un instante en polvo a causa de un terremoto en mi carne semejante al que tres años antes había destruido la isla. En la entrada de su casa me esperaba Elías Polanco, su hijo. Frente a nosotros, la legendaria casa de «Los Tres Altos» proyectaba con orgullo su añejada ruina: mucho más antigua que el grito del 27 de Febrero; que la Declaración de Independencia de Núñez de Cáceres del 1 de diciembre de 1821 y los 22 años de oscurantismo haitiano que sobrevinieron dos meses después; más antigua que la España Boba y el gesto de devoción infantil que la engendró con la hazaña de Palo Hincado en 1808. Pues decía la leyenda que sus habitantes emigraron a Cuba en 1795 a raíz del tratado de Basilea.

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INTROVISION/ Achernar: La Estrella Polar de Zothique

No era aconsejable arribar a las costas de cadavéricas arenas plateadas de Zothique. Pero algunos marinos intrépidos, cuyo vacío existencial de ser los únicos seres vivos en una tierra muerta era más poderoso que el terror intemporal que exudan las leyendas; miembros del último reducto de vida humana en el único planeta del Sistema Solar que aún orbitaba el lecho de muerte del sol, se atrevían a hacerlo; navegando desde las islas diseminadas a lo largo del mítico Mar Indaskiano. Islas afortunadas que no fueron en su mayoría golpeadas por la última expresión energética que avanzó llena de vida por los roídos desiertos de Zothique: La Muerte Plateada.

Desde Cyntrom, Sotar, Tosk, el archipiélago de Yumatot, e incluso desde la distante Ornava, que pendía sobre la cuerda floja del horizonte, peregrinaban cada solsticio de invierno hacia la costa sur del continente miles de fieles, sólo para tener el placer sagrado de caminar una vez más sobre la tierra de sus mayores. Sólo de Uccastrog, maldecida por la Muerte Plateada a manera de despedida, no desplegaban las velas de ningún barco. Marchaban guiados por la Estrella Polar del Hemisferio Austral de Zothique: Achernar. La misma que hacía eones había soplado ese aliento de muerte estelar sobre el Último Continente. (más…)

RUNES SANGUINIS / El Monstruo de la Profecía – Por Clark Ashton Smith

Weird Tales - Jan 1932

La tarde, sombría, húmeda y fría por la niebla, estaba declinando hacia un tenebroso crepúsculo cuando  Theophilus Alvor se detuvo en el Puente de Brooklyn a mirar hacia el penumbroso río con un estremecimiento de siniestra suposición. Se preguntaba cómo se sentiría arrojarse a las turbulentas y heladas aguas, y si él podía reunir el coraje suficiente para un acto que, se persuadió a sí mismo, ya se había hecho tan inevitable como loable. Le parecía que se sentía demasiado cansado, enfermo y desilusionado como para continuar con el maligno sueño de la existencia. Desde cualquier punto de vista humano existían sin dudas abundantes razones para la depresión de Alvor. Joven y lleno de ardientes visiones y deseos, había llegado a Brooklyn hacía tres meses desde una villa eclipsada, con la esperanza de encontrar un editor para sus escritos; pero sus versos clásicos pasados de moda, a pesar y debido a su alto fuego imaginativo, habían sido rechazados de manera unánime tanto por revistas como por casas editoriales. Si bien Alvor había vivido en frugalidad, alojándose en una vivienda tan humilde que casi representaba la proverbial buhardilla poética, la pequeña suma de sus ahorros se había agotado. No sólo estaba sin un centavo, sino que sus ropas estaban tan degastadas que le impedían presentarse en las oficinas de las editoras, y las suelas de sus zapatos se encaminaban rápidamente hacia la inexistencia de las tantas caminatas que había dado. Llevaba días sin probar bocado y su última comida, como las que la precedieron, había sido a expensa del bondadoso corazón de su casera irlandesa.

  Por más de una razón, Alvor hubiese preferido una muerte diferente al ahogamiento. Las aguas sucias y frías no eran atractivas desde un punto de vista estético; y a pesar de todas las opiniones contrarias que había escuchado, no creía que semejante muerte pudiera ser otra cosa que dolorosa y desagradable. Por elección habría optado por un exótico opiáceo oriental, cuyo sueño insidioso lo habría conducido a través de reinos esplendorosos hacia la delicada noche del último olvido; o, en caso de que eso fallara, algún veneno mortal de una misericordiosa dulzura. Pero los medios del Leteo no son fácilmente obtenibles para un hombre con el bolsillo vacío. Alvor temblaba en el puente crepuscular al tiempo que maldecía su propia falta de prevención por no reservar suficiente dinero para tal eventualidad mientras miraba las tétricas aguas y también la no menos tétrica neblina tras la cual las perturbadoras luces de la ciudad habían comenzado a abrirse camino. Entonces, con el hábito instintivo de una persona de campo que a la vez era un buscador de la belleza e imaginativo, elevó su mirada hacia el cielo sobre la ciudad para ver si alguna estrella era visible. Pensó en su reciente «Oda a Antares», la cual, a diferencia de sus trabajos anteriores, fue escrita en versos libres, poseyendo una poderosa ironía modernista mezclada con su abundante lirismo. No obstante, había resultado tan poco vendible como los demás. Con un sentido de la ironía mucho más grande del que vertió en su Oda, sus ojos buscaron la chispa escarlata de la misma Antares, pero fueron incapaces de localizarla en el cielo congestionado. De manera que su mirada y sus pensamientos retornaron al río.

  —No hay necesidad de eso, mi querido amigo —dijo una voz a su lado.

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INTROVISION / Burbujas de Plasma en la Olla de la Bruja

  La cocción mágica hervía con la intensidad del núcleo de las estrellas; sus ingredientes se retorcían como si fueran partículas de iones presas de un acceso de fiebre. De vez en cuando, la descarga de un rayo emanaba de ella, hendiendo la oscura atmósfera de la solitaria choza a mitad del espeso bosque estrellado de una galaxia en espiral. La enceguecedora negrura que seguía al enmudecimiento del rugido del rayo, era iluminada nuevamente por los prismas de aureolas boreales encendidas por el movimiento circular de un extraño cucharón dentro de la olla. Una mano decrépita lo empuñaba; con el aspecto fantasmagórico de la eternidad: la mano de la bruja fluorescente con alma de plasma. Los destellos de las aureolas boreales que surgían a manera de humo desde olla, ensombrecían el enjuto cuerpo de la bruja con manchas de diferentes gradaciones de oscuridad, pues su luz se posaba como un eccema putrescente sobre la fluorescente epidermis de la anciana hechicera.

  Un fantástico proceso alquímico de magnitud cósmica se estaba llevando a cabo dentro de la olla de la bruja; un proceso que permutaba las ecuaciones matemáticas que sustentan el universo en fórmulas mágicas destinadas a iniciar un nuevo ciclo en el cual los conjuros vuelvan a ser, como en las épocas mitológicas de la humanidad, las herramientas para desvelar el misterio: el conjuro entendido como la ritualización de una intuición, meticulosamente construida por el pensamiento racional y la energía espiritual. Sí, algo poderoso se estaba cocinando en la olla de la bruja bajo la mirada del regente de la casa zodiacal de Acuario.

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RUNES SANGUINIS / La Metamorfosis de la Tierra – Por Clark Ashton Smith

Weird Tales - September 1951

I

En el año 2197, sucedió la primera manifestación de un extraño peligro de alcance mundial y suma gravedad, que pasó sin que su verdadera naturaleza fuera reconocida en el reporte periodístico despachado desde el Sahara, el cual informaba sobre una tormenta de arena de una furia sin precedentes.  De acuerdo al reporte, varios oasis habían sido erradicados y varias caravanas se perdieron en la barrida de la tremenda tormenta, la cual se había elevado a una altura de doce mil pies y cubrió muchos cientos de millas cuadradas. Nadie atrapado en ella salió vivo y ningún rastro de las caravanas perdidas fue encontrado. Posteriores informes dieron las noticias de que la región afectada fue escenario de varias turbulencias menores durante semanas luego del cese de la principal catástrofe, y que un furor de temor supersticioso se había apoderado de las tribus del desierto, quienes creían que el fin del mundo era inminente. Pero debido a la cobertura y atención que se le dio a asuntos aparentemente más sensacionales e importantes que captaban la atención mundial, nadie, ni siquiera los más avanzados y despiertos hombres de ciencia, le dedicó más que un pensamiento pasajero a la tormenta.

  Hacia el final del mismo año llegó un nuevo reporte desde el Sahara, esta vez de una naturaleza tan extraña e inexplicable que inmediatamente despertó la curiosidad de muchos científicos, quienes al punto organizaron una expedición para investigar las condiciones que habían motivado el reporte. Los miembros de la caravana de Tombuctú, la primera que penetró en la ruta de la tormenta, habían retornado a la semana, medio locos de terror y hablando incoherentemente sobre cambios inenarrables que habían tenido lugar a través de toda el área afectada. Decían que las grandes dunas rodantes habían desaparecido, siendo remplazadas por tierra sólida y  formas minerales semejantes a nada que se haya visto anteriormente. La tierra consistía de grandes parches de una especie de arcilla color violeta muy húmeda, y de la cual emanaba un olor nocivo que casi hizo desfallecer a todos aquellos que caminaron sobre ella. También había protuberancias, inmensos salientes e incluso colinas de singulares piedras y metales. Las piedras eran mayormente cristalinas, de colores verde oscuro, azules, negras y rojas y los metales blancos e iridiscentes. Los miembros de la caravana juraron que habían visto enormes piedras que se alzaron de la tierra ante sus ojos, y los cristales emanar desde sus lados. Sobre toda el área cambiada, ellos dijeron, había vapores que emanaban continuamente formando una densa capa de nubes que bloqueó el sol. Pero a pesar de ese hecho, el calor era más intenso que cualquiera que hubieran experimentado, poseyendo una cualidad de intolerable humedad. Otra de las cosas extrañas que habían notado era que la arena inmediatamente contigua a esa área se había vuelto tan fina y pulverizada que se dispersaba en amplias nubes a cada paso de sus camellos, los cuales casi habían quedado atrapados dentro de ella. Todos ellos creyeron sinceramente que Iblis, el Satanás mahometano, había venido para establecer su reino en la tierra y, como medida preparatoria, estaba creando para sí mismo y sus demonios un suelo y atmósfera apropiados semejante a los del reino infernal. A partir de ahí, la región fue totalmente evitada, hasta la llegada del equipo científico liderado por Roger Lapham, el más renombrado geólogo americano del momento.

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INTROVISION/ La Búsqueda de una Oscuridad Perdida

«Thasaidon, señor de los siete infiernos

En donde habita la Serpiente única,

Con espirales que se extienden de abismo a abismo

A través del fuego y la oscuridad del infinito;

Thasaidon, sol de los cielos inferiores,

Tu antiguo mal nunca muere,

Pues sí, tus sombríos fulgores destellan

Sobre mundos sumergidos que no tienen nombres,

El corazón del hombre te corona, aún reinante,

A pesar de las blasfemias de los falsos nigromantes.»

[La Canción de Xeethra]

 

  Existe un extraño grial que contiene la sangre que corre por las venas de almas de fuego: la oscuridad. Su búsqueda ha correspondido a través de los eones a los caballeros que se han sentado alrededor de la mesa redonda, cuya circunferencia es trazada por las constelaciones que emiten radiaciones que superan la banda violeta del espectro electromagnético. La búsqueda de esa oscuridad perdida en los recónditos rincones de cada ser, adopta múltiples formas que se escenifican sobre las tablas de un espacio-tiempo hechizado por la voluntad del alma guerrera.

  Partiendo desde las Montañas Mikrasias, en el extremo oriental del reino antiguo de Cincor, el cabrero Xeethra inició la búsqueda de ese prístino y primordial grial. En su caso, la búsqueda adoptó la forma del viaje de reconquista de una antigua vida pasada en la que reinó sobre el reino de Caliz, ubicado a los pies del sol naciente, con el nombre de Rey Amero, hijo de Eldamaque. Pero como lo expresan los versos extraídos de «Los Testamentos de Carnamagos» con los que su divina majestad, Klarkash-Ton, coronó la crónica de este hecho futuro, la búsqueda sigue un curso trazado por poderes externos:

«Sutiles y variadas son las redes del Demonio, quien sigue a sus elegidos desde el nacimiento hasta la muerte y de la muerte al nacimiento, a través de muchas vidas.»

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